No tenía claro el comienzo del verano. Llegaba cuando ellos. Mis amigos tenían más fuerza que los cambios de solsticio. Y no digamos mis amigas. Somos nuestros recuerdos. La proximidad del primer beso. Tardé tanto que a cualquier chaval de hoy le costaría creerlo. Qué tiempos.

A veces, la lectura; otras, ver una película o, en ocasiones, es el capítulo de una serie el que nos sacude. Es lo que se conoce como el efecto de la magdalena de Proust. Marcel Proust escribió tomos y tomos de En busca del tiempo perdido porque tomó una magdalena que le recordó el paraíso de la infancia. La mía es verde prado y tiene dos olores maravillosos: el olor a hierba recién cortada y el olor de la tierra mojada en tiempo de verano. Y, de ahí, de ese ramillete de nostalgias, se configuran los paraísos y los infiernos de una vida. Los placeres y los tormentos.

El tormento de los celos, por ejemplo, que es siempre toda una tormenta. No sabes cuándo puede suceder. Un sabor, el de la magdalena, fue el estallido de nostalgia para Proust. Para mi fue un olor aunque al escribir magdalena he comenzado a salivar recordando las que hacía mi tía Lucinia en el horno de leña. Los sentidos son la clave. Sentidos de alta sensibilidad.

Decía que hay un olor maravilloso y evocador. El olor de la tierra mojada. En palabras de Saramago: "El más puro de todos los olores, el de la tierra mojada, nos embriagó durante un instante. Qué bonito es el mundo, dije yo. Emma, en silencio, apoyó la cabeza en mi hombro€ Continúa lloviendo. El agua ya debe de haber llegado a las raíces más profundas".

Devorar libros, películas y series también provoca estos sucesos del pasado que nos asaltan para bien o para mal. Lo que fuimos. El arco iris de lo que fuiste. El pozo en el que estuviste. Pasa de la manera más sorpresiva. Ves una escena al azar de la versión nueva de la serie Poldark y la mezclas con el cofre de tu propia biografía. Demelsa, mi hermana pequeña, debe su nombre a la novela.

Cuando el niño deja de ser niño. O está a punto de dejar de serlo. Así: Un día robado al verano en medio del invierno es un oasis. Ellos, salieron a disfrutarlo. Fueron a la playa, a los pies del telón de los acantilados. El sol llenaba de oro los pies. El niño pequeño corrió a jugar a la orilla de las olas. Ellos, no tan niños, se persiguieron con tensión por la arena siguiendo la huella de otras parejas.

Entonces él lo dijo. -Ponme otro reto. Ella bajó la mirada y le preguntó:

-¿Cuál? Ahora, miró fijamente a sus ojos, desafiante como una hoja que tiembla. -Darnos un beso.

Ella, sabia en su adolescencia, le contestó. -Cuando no nos pueda ver mi hermano.

Olvidamos esos tiempos que todos hemos vivido. Solo el recuerdo de momentos así conmueve y turba. Es aquella felicidad fresca la que hierve cuando la química cumple con las leyes de la naturaleza. Aunque creas que ya no eres un niño.

Feliz domingo y feliz verano.