Dicen que la madre de Aquiles lo sumergió en la laguna Estigia para hacerlo invulnerable agarrándolo por el talón derecho, por lo que ese preciso punto de su cuerpo era el único en el que podía ser herido en batalla. Así lo mató Paris, en el asedio de Troya, clavándole una flecha envenenada, con la ayuda de Apolo, en el calcañar. Siempre he pensado que mi madre debió de sumergirme en alguna playa agarrándome por el cuello. Es la única explicación que se me ocurre para haber estado toda mi vida enganchando una amigdalitis con otra.

"Amígdala", por cierto, viene del latín amygd?la, "almendra", y este, a su vez, del griego amygdál?, por alusión a su forma. Están la amígdala palatina, la faríngea, la lingual y la cerebral. Todas en forma de almendra, como su propio nombre indica.

Por su parte, la almendra (o mandorla) es, además de un sabroso fruto seco, un marco o aureola en forma de óvalo dentro del cual se inscriben personajes sagrados, siendo los más frecuentes el pantocrátor o Dios Todopoderoso, María Santísima y algunos santos. Esta ornamentación se usó, de manera extendida, en el Románico y en el arte bizantino.

Bizancio nace cuando el emperador Teodosio I divide entre sus hijos Arcadio y Flavio Honorio el Imperio romano, legando al primero el Imperio de Oriente y dando, así, origen al Imperio bizantino con capital en Constantinopla.

Asediado el Imperio romano de Occidente por los bárbaros, Bizancio recoge su esplendor y le sobrevive durante un milenio.

Es sabido que los bizantinos han trascendido por su arte, por la belleza de sus dominios y por la expresión "discusión bizantina", que hace referencia a cualquier disputa encendida sobre una cuestión intrascendente. Cuentan las lenguas históricas de doble filo que, mientras los turcos otomanos acechaban Constantinopla, estaban sus ciudadanos discutiendo sobre el sexo de los ángeles, de manera literal.

Dicen, también, que eran tan frecuentes y extendidas, desde siglos atrás, estas discusiones, que ya en el año 648, Constante II, preocupado por estos y otros debates de índole religiosa, emitió un edicto imperial para ilegalizarlas, sin mucho éxito como se ve.

Las penas iban desde la excomunión a la pérdida del cargo público, pasando por la confiscación de los bienes, hasta llegar a los castigos corporales y el destierro. Pero ni por esas.

Los bizantinos, gente curiosa, ya ven, no eran conscientes de serlo y se llamaban a sí mismos "romanos" (romioi), al principio del Imperio y "helenos" (helenoi), al final del mismo.

Fueron los ilustrados franceses con Montesquieu a la cabeza quienes popularizaron la expresión "Imperio bizantino".

Y hablando del barón de Montesquieu —bordelés y noble de toga— no solo sabemos que defendió la separación de poderes y que su pensamiento influyó decisivamente en la política y la sociedad de su época, sino que, además, gran amante de la historia antigua, escribió largamente sobre Roma, sus gobernantes y sus debilidades.

Él tuvo, como mortal, la suya. La vista le fue menguando, poco a poco, de manera que anduvo entre tinieblas en sus últimos años, hasta el punto de que murió totalmente ciego. Pero, estoico cual Séneca, la asumió como parte de su vida y llegó a decir sobre ella: "Cuando me quedé ciego lo primero que comprendí es que sabría ser ciego".

Hemos llegado, sí, al talón de Aquiles de Montesquieu, que no fue la Iglesia ni la monarquía, sino su ceguera inoportuna.

Y, por eso, porque para conocernos y entendernos siempre volvemos a nuestros clásicos, a nuestras fuentes primigenias, es por lo que defiendo aquí y ahora, gentes que mandan, disponen y gobiernan, que las Humanidades, cada vez más menguadas en los currículos escolares, no pueden desaparecer de la enseñanza sin que desaparezca una parte fundamental del mundo, empobrecido e incompleto sin ellas.

Enmienden, pues, y enmiéndense.