Crecen imparables los casos de contagio por Covid en toda España. La mayoría de los episodios reportados se producen por transmisión comunitaria, un eufemismo para decir que no vienen de fuera, no son traídos a España por turistas, emigrantes o viajeros€ Lo más frecuente es que los brotes tengan su origen en celebraciones familiares, encuentros de ocio nocturno o participación en fiestas masivas, sin la debida protección. Es lógico. Lo raro sería reportar brotes que tuvieran su origen en que uno se queda en casa y no trata con nadie.

Pero el sentido de la información es hacer que la gente entienda que hay que evitar en lo posible la exposición a las aglomeraciones. Las medidas para evitar la extensión del contagio son de sentido común, las mismas de siempre: evitar estar en lugares muy frecuentados, utilizar mascarilla cada vez que no puede guardarse la distancia social o se encuentra uno en lugares poco ventilados y -muy importante- mantener una estricta y constante higiene de las manos. Respetando esas tres reglas, se evitarían muchísimos contagios: aunque hoy por hoy no existen garantías absolutas para poder evitar la enfermedad, reducir la exposición al contagio es vital, porque la pandemia crece de forma exponencial, se multiplica y acelera, y no habrá forma de contenerla si los nuevos positivos vuelven a superar un número crítico. El uso inteligente de la mascarilla es una buena estrategia, a pesar de que -durante los primeros dos meses de la pandemia- cuando la enfermedad arreciaba pero no había mascarillas disponibles, las autoridades sanitarias se desgañitaron en vendernos la idea de que las mascarillas eran inútiles e innecesarias. Cuando empezaron a llegar, compradas masiva y desordenadamente por las instituciones y corporaciones de todo el país, las autoridades sanitarias cambiaron el discurso: las mascarillas no sólo eran convenientes, eran imprescindibles. Y por tanto de uso obligatorio.

Es cierto que el nuestro es un país más dado a las órdenes que a aplicar el sentido común. Pero siempre hay excepciones al cumplimiento de las normas. El pasado miércoles, el Congreso de los Diputados aprobaba el uso obligatorio de la mascarilla en cualquier espacio cerrado, mientras sus señorías debatían el asunto pasándose la distancia social por el arco de triunfo y sin usar mascarillas. En todas las filas de escaños del Congreso pudo verse a diputados con la cara sin cubrir, pese a los recordatorios de la presidenta Meritxel Batet, que advirtió por la mañana que todos los parlamentarios debían llevar mascarilla y cumplir con la normativa sanitaria. Batet incluso se ofreció a facilitar las mascarillas a sus señorías si las necesitaban. Pero ni por esas.

Lo más curioso del asunto es que el Congreso estaba ocupándose precisamente del decreto sobre la nueva normalidad que obliga al uso de mascarilla en cualquier espacio cerrado, obligación que la mayoría de las regiones han hecho extensiva a reuniones, encuentros, actividades, e incluso caminatas al aire libre. La mayoría de los diputados pasaron olímpicamente de aplicarse la norma que estaban votando. Y eso por no hablar del presidente Sánchez, que paseó estos días su apuesta jeta desnuda, por las reuniones de próceres del Consejo Europeo, en las que se aprobaron las respuestas excepcionales a la crisis del Covid. Sin ponerse la mascarilla.

A eso se llama predicar con el ejemplo.