A los virus se les asocia siempre con la enfermedad, a pesar de ser fundamentales en el origen de la vida, en la evolución, la diversidad biológica y adaptabilidad al medio de todas las especies, incluida la nuestra. Su nombre en latín significa veneno o también líquido viscoso. De hecho, Celso, un médico que vivió en el siglo I a.C., en el apogeo del Imperio Romano, al describir la rabia señaló: “...especialmente en los casos en que el perro es rabioso, el virus debe ser drenado con una ventosa de vidrio...”. Por supuesto, nadie en la Roma de la época identificó al agente de la rabia como un virus, en el sentido moderno y científico del término. Sin embargo, Celso tuvo una excelente intuición y utilizó el término “virus” para denotar al agente causal de la rabia. Curiosamente, 19 siglos después, Louis Pasteur emplearía de nuevo, y científicamente, el término virus asociándolo al agente patógeno causante de la rabia, encontrando una vacuna para su cura. Louis Pasteur y su equipo emplearon la intuición, el saber y años de estudio y duro trabajo para encontrar no sólo el origen y la cura de ésta, sino de otras enfermedades causadas por microorganismos. Esta estrategia y esfuerzos son también hoy ineludibles por todos, si queremos combatir la COVID-19 causada por el virus emergente SARS-CoV-2.

La globalización, motor de expansión de virus emergentes

La dinámica de nuestra sociedad es frenética, se consumen y adquieren recursos de forma rápida, queremos y casi exigimos todo al instante. La ciencia no desarrolla conocimiento a este ritmo, ni las soluciones que requieren de su respuesta van a esta velocidad. El planeta tampoco genera recursos, ni sostiene la vida y sus ecosistemas, al ritmo al que los agotamos. La actividad global conlleva, además, que interaccionemos con microorganismos y vectores presentes en nichos ecológicos nuevos, a los que no estamos adaptados, ni desde el punto de vista inmunológico ni evolutivo. La celeridad con la que surgen nuevos patógenos va en aumento, y casi proporcionalmente al tamaño de nuestra huella sobre el planeta: en promedio, cada 3 años un nuevo virus emerge (como Zika, West Nile, Chikungunya, Keystone, Oropuche o Akhmeta), y cada 6 sufrimos un brote pandémico de un virus respiratorio (como la gripe aviar H5N1, la porcina H1N1, el SARS o el MERS). Así, un virus local emergente puede viajar con nosotros a la velocidad de un jet por todo el mundo, y diseminarse por el globo en pocos días. Lo estamos viviendo con el coronavirus SARS-CoV-2; virus respiratorio que, además, puede transmitirse por el aire, siendo el paciente propagador por excelencia una persona asintomática, infectada por meses y con alta carga viral. En esta interacción virus-hombre, los virus también nos descubren como su nuevo huésped y nicho, y luchan por adaptarse a nuestra especie, mutando y evitando ser erradicados por nuestros sistemas de defensas, ya sean los inmunes propios, o fruto de la actividad científica.

Los virus infectan a los diferentes organismos vivos conocidos del planeta. Considerando todas las especies descritas, se estima que en el planeta pueden existir una cantidad de virus individuales aproximada a los diez quintillones (1031); cantidad muy superior a la de estrellas en el universo conocido. Así, y considerando 1939-1940 como una fecha clave (inicio de la II Guerra Mundial, posiblemente, la primera gran actividad global), no es de extrañar que, desde entonces hasta ahora, se hayan detectado alrededor de unas 400 nuevas enfermedades infecciosas, siendo más del 60% de ellas zoonóticas, es decir, que han pasado de los animales al hombre. De hecho, se estima que los mamíferos y las aves albergan entre 1,7 a 2 millones de virus distintos, virus aún por descubrir en su totalidad. Así, el virus VIH (causante del SIDA) se originó en monos; el virus Ébola procedería de murciélagos de la fruta; los virus influenza (como los de la gripe estacional) provienen de aves y cerdos, principalmente; el virus Zika se describió, por vez primera, en monos Rhesus; y el reciente brote global pandémico de la COVID-19 ha sido causado por un nuevo coronavirus de origen animal, el SARS-CoV-2. Este virus sería el resultado evolutivo de la recombinación de, como mínimo, dos coronavirus distintos. Los datos genómicos apuntan a que uno de los responsables sería el virus bat-CoV RaTG13, de la especie de murciélago Rhinolophus affinis, mientras que el otro virus se desconoce aún, al igual que la especie animal intermedia donde se habría generado el SARS-CoV-2, ganado función para infectarnos y saltado a nuestra especie.

Desarrollar una vacuna eficaz requiere su tiempo

Si no se quiere ser actor principal en la lucha contra un virus emergente, y esperamos a que los demás nos solucionen el problema, hay que saber que, para la gran mayoría de los virus emergentes (curiosamente, virus ARN), no hemos sido capaces de desarrollar una vacuna. La espera puede ser muy larga, sobre todo, si se estudia poco el virus, como está ocurriendo con el Zika. Así, a pesar de haber sido descubierto en Uganda en 1947, y declararse pandemia con alerta sanitaria mundial en 2015, aún desconocemos mucho sobre su ciclo viral y sobre cómo interactúa con el organismo para causar el síndrome congénito por Zika, con microcefalias en neonatos y trastornos neurológicos graves en el adulto. Por otra parte, entender cómo responde nuestro sistema inmune frente a estos virus emergentes debe ser también motivo de estudio exhaustivo, sobre todo, si deseamos conseguir una vacuna. Desarrollar una vacuna no consisten en inyectar un inmunógeno y contar después los anticuerpos producidos.

El sistema inmune está constituido por componentes celulares y moleculares de nuestro organismo, que actúan de forma coordinada para reconocer al agente extraño que nos invade, y su acción para combatirlo es la respuesta inmune. Así, frente a un nuevo virus emergente, como el SARS-CoV-2, una respuesta inmune eficaz con adquisición de memoria debe generar una reserva de células inmunes que detecten a este betacoronavirus específicamente, con producción de anticuerpos neutralizantes que eviten la infección de células y tejidos, y ayuden a eliminar al virus del organismo. Lo deseable es que esta memoria celular y el nivel óptimo del anticuerpo perduren por años, para que, cuando nos volvamos a infectar, se inhiba y aclare rápidamente el virus del organismo. Lamentablemente, esta inmunización activa con adquisición de memoria no se consigue siempre, ni en todas las personas por igual. Por ejemplo, en el caso de los betacoronavirus letales para el hombre, ésta no parece ser muy duradera, de escasos meses. Por lo que, frente al SARS-CoV-2, sin inmunidad colectiva previa, no sabemos quién sufrirá los cuadros más graves de la enfermedad ni quién estará protegido, ni por cuánto tiempo. Este es el reto que debe solventar una vacuna universal.

Las estrategias de vacunas contra el SARS-CoV-2 van desde el empleo del propio virus a simplemente su proteína S de superficie, o su fragmento genómico. Y deben contemplar la mutación del virus, porque si varía lo suficiente en sus genes clave, respecto de la secuencia originaria empleada en el diseño de la vacuna, éstas podrían fracasar, ya que la inmunidad celular y los anticuerpos neutralizantes generados en la inmunización podrían no ser eficaces frente a las futuras variantes virales. El estudio de la biología del virus y el seguimiento de su evolución genética son, por tanto, fundamentales para el desarrollo de vacunas eficaces. Por todo esto, por el escalado industrial y la logística requerida para administrar miles de millones de dosis a la población, será difícil que una vacuna SARS-CoV-2 esté disponible en breve. Mientras tanto, los fármacos antivirales que puedan desarrollarse, junto a lo aprendido en la lucha en este primer brote, nos serán de utilidad para afrontar este reto.

La inversión en I+D, arma eficaz frente al reto de los virus emergentes

En este escenario, la herramienta principal de los países que están preparados frente a virus emergentes es la Ciencia y la Tecnología. En ellos, las carreras científicas están bien establecidas, con financiaciones sólidas y duraderas para los científicos, desde la propia Institución o Universidad a la que pertenecen, con normativas que promueven la cooperación industria-universidad, en ambas direcciones, y que permiten la creación de empresas y la inversión privada en las instituciones públicas. Esto conlleva formación especializada, empleo de alto valor añadido, y el consiguiente desarrollo de las regiones, del país, al más alto nivel. No invertir en Ciencia a estos niveles es renunciar al desarrollo de la economía en sectores clave, y a que ésta sea sólida y resiliente frente a amenazas como el SARS-CoV-2. Como consecuencia, esta pandemia nos ha impactado duramente, tanto en el terreno económico, como en el alto precio pagado en vidas. Es esencial que entendamos a la Ciencia, y la Tecnología que se deriva, como el escudo protector para nuestro principal modelo económico (turismo, ocio y sector servicios), además, de motor impulsor de nuevos sectores económicos, que nos permite transformar estos retos y amenazas en oportunidades de desarrollo.

Estar preparados implica, además, crear centros de estudio de virus, asociados a hospitales de referencia y universidades; carencia histórica que urge solucionar en nuestro país. Esto nos permitirá ser fuertes en la cooperación internacional y estar al frente para combatir la próxima pandemia, por este virus o por los siguientes que emerjan. Ahora mismo, el SARS-CoV-2 nos ha pasado el claro mensaje de que no estamos preparados.

El conocimiento y la ciencia son parte importante de la solución

La globalización, el comercio internacional y el turismo de masas, nuestra forma rápida de vivir y explotar los recursos del planeta, junto al cambio climático, nos obliga a trabajar de forma coordinada, global y local, para afrontar los retos y amenazas asociadas. El esfuerzo conjunto institucional y del sector privado debe ser firme, y financiar la investigación, a nuestros científicos y a la industria, en todos los campos del saber. La investigación fundamental, a nivel molecular, celular y viral, es crucial para descifrar cómo son estos virus, cómo causan enfermedad en el hombre, e identificar dónde actuar para frenar su ciclo infectivo y diseñar fármacos, vacunas y estrategias de salud pública para combatirlos. La sociedad global del siglo XXI debe asumir que la Ciencia es ineludible para adaptarse y superar el nuevo reto de los virus emergentes. #SinCienciaNoHayFuturo.

(*) Virólogo, Director del Grupo Inmunología Celular y Viral de la ULL (IUETSPC)