La corrupción política y económica no es una exclusiva de los países del sur aunque a orillas del Mediterráneo parezca saltar más a la vista. En eso hay que darle la razón al fiscal napolitano Catello Maresca.

Un fiscal valiente, famoso en Italia desde que en 2011 logró cazar al capo más poderoso del clan Casalesi, un individuo que vivió en un búnker donde durante mucho tiempo logró escapar hasta los radares de los aviones encargados de dar con su paradero.

A Maresca le preguntaron por un artículo de opinión en el diario alemán Die Welt en el que se aconsejaba a la canciller Angela Merkel que se mantuviese firme junto a Holanda y otros países del norte en lugar de aceptar transferir a Italia miles de millones de euros que acabarían, según el articulista, en manos de la mafia.

"¿Sabe la diferencia entre Italia y Alemania en la forma de combatir al crimen organizado?, le preguntó al periodista de otro diario alemán que inquirió al fiscal su opinión al respecto.

La diferencia, le dijo, es que en Italia se investiga, en Alemania, no. Para el fiscal napolitano, la mafia "no conoce fronteras. Es una empresa multinacional, un virus, una pandemia".

Pero en Italia, explicó, "sabemos al menos a quién hemos de vigilar. ¿Qué ocurre, sin embargo, en Polonia, en Rumanía, en Alemania". ¿O en Holanda, los que se presentan al mundo como los nuevos hipermoralistas?

"El puerto (holandés) de Rotterdam se ha convertido, según el fiscal antimafia, en la mayor plataforma internacional de los negocios más sucios".

Su denuncia de la hipocresía de los países del norte coincide con el estallido del escándalo en torno a la empresa tecnológica alemana Wirecard, dedicada a los pagos electrónicos y en la que se esfumaron 1.900 millones de euros. ¿No es una prueba más de que en todas partes cuecen habas?

Pero concretamente en el caso del país que ha defendido las posiciones más duras en las negociaciones sobre el fondo de reconstrucción europea acordado por París y Berlín, es decir, Holanda, hay que señalar que figura entre los quince de todo el mundo que ofrece una fiscalidad más favorable a las multinacionales.

Los Países Bajos ocupan en efecto la cuarta posición, por delante de Suiza, Irlanda, Luxemburgo y Chipre, en esa lista elaborada por la ONG Oxfam, que tiene en cuenta diversos factores como la fiscalidad corporativa, la transparencia financiera, los incentivos a las empresas y la falta de cooperación.

El Gobierno de La Haya permite, por ejemplo, a las empresas de cualquier país del mundo definir qué parte de sus beneficios deben estar sujetos a los impuestos corporativos además de ofrecerles distinto mecanismos de lo que se conoce como "optimización fiscal".

No es de extrañar, pues, que las principales multinacionales estadounidenses tengan su sede fiscal en Holanda, lo que les permite eludir miles de millones en impuestos en los países donde obtienen sus mayores beneficios, entre los que figuran los más castigados por la pandemia.

Holanda se dijo dispuesta en principio a aportar al fondo europeo de reconstrucción poco más de 1.000 millones de euros, cantidad, sin embargo, inferior a los en torno a 1.500 millones de ingresos fiscales que pierde sólo Italia por culpa de tan desleales prácticas fiscales. ¡Basta ya de hipocresía por parte del grupo de los llamados "frugales"!