Una sesión maratoniana: a las 4.30 de la madrugada de este martes, la Unión Europea logró conciliar las posiciones e intereses de sus 27 socios y crear un fondo de reactivación para amortiguar una economía maltrecha por la pandemia. 750.000 millones de euros, más de la aprobación de un marco financiero para los próximos seis años, de un billón de euros. Lo más destacado del acuerdo es que las subvenciones a los estados miembros se financiarán por primera vez con deuda mutualizada, iniciando el camino de una deseable pero aún muy lejana unión fiscal.

En realidad, estamos ante una decisión conjunta de enorme trascendencia que demuestra que Europa es posible. El acuerdo puede llegar a ser una bendición para los países que más necesitan de la ayuda continental, y es una buena noticia para los europeos. Lo que no es, es un regalo, a pesar de las frases huecas del argumentario sanchista. No es verdad que Europa nos regale 140.000 millones. Ni siquiera es cierto que nos regale los casi 73.000 millones que no se van a recibir en concepto de préstamo. Lo que vamos a recibir no va a salirnos gratis (ni a nosotros ni a nadie que se meta un euro en el bolsillo), y es conveniente no llamarse a engaño. Si queremos que llegue el dinero, habrá que hacer la tarea, y la tarea consiste en apretarnos las clavijas y cumplir instrucciones: ya puede olvidarse el Gobierno de acometer la contrarreforma laboral, de mantener el IVA/IGIC intocado, o de seguir pisando el acelerador de los salarios públicos y las pensiones. Europa pone sobre la mesa el dinero que España necesita, pero no para que España lo gaste como quiera y en lo que quiera. No para seguir alimentando el crecimiento desmadrado de los gastos públicos, sin exigir esfuerzo fiscal a quienes pasen el cazo.

Se trata de evitar que la pandemia destruya de forma irreversible la economía de familias, empresas y administraciones, no de permitir que sigamos gastando lo que no tenemos, mientras el dinero lo ponen otros. Eso no es solidaridad, eso sería una desvergüenza, y en segunda instancia un suicidio. Lo que se aprobó en la madrugada de ayer no es exactamente un plan Marshall, aunque suponga una lluvia económica sin precedentes desde que EEUU decidió parar el comunismo reconstruyendo Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Lo que se aprobó ayer se parece más a un deal europeo, un compromiso generacional para la reactivación de la economía, para salir de esta situación, no para seguir en ella. Y es un compromiso que habrá que pagar, porque los préstamos hay que devolverlos. Siempre.

Cuando el Gobierno nos dice que este compromiso es la demostración de la solidaridad entre los europeos, sólo nos dice parte de la verdad. Porque no van a ser los europeos de ahora quienes paguen lo que vamos a gastar: van a ser los europeos del futuro quienes se hagan cargo de la deuda. Y acabarán de pagarla dentro de 30 años. Por hacerlo, serán entonces más pobres.

Está bien pedir la solidaridad europea. Pero eso es en realidad un eufemismo: Europa se va a endeudar y este alivio de un par de años lo va a costear una generación que en 2050 rondará la edad de jubilación, y quizá no pueda permitírsela. ¿Solidaridad? Sí, también deberíamos ser solidarios con ellos: a fin de cuentas son nuestros hijos€