Los burócratas de Bruselas escriben con renglones apretados. Y hay que leerse la letra pequeña. La Unión Europea ha aprobado algo histórico. Y sin precedentes. Una deuda común de la que se responderá solidariamente por todos, y que se distribuirá, en parte, en fondos no reembolsables para los países más necesitados. Es un acuerdo sin precedentes, pero tiene letra pequeña.

Pese a lo que parece, los fondos europeos no van a ser incondicionales. La UE es consciente de que la situación por la que atraviesan algunas economías de la zona euro es delicada. La salida de Gran Bretaña, de la que nadie se acuerda, y los desastrosos efectos del coronavirus, necesitan políticas de estímulos extraordinarias como jamás se han visto desde la posguerra europea.

Pero algunos países de la UE, como España, arrastran sus propios males endémicos. Un endeudamiento excesivo, un gasto público desbocado que excede de los ingresos, una política fiscal incapaz de sostener la cartera de servicios públicos que presta el Estado... En suma, defectos estructurales que no se arreglan con una inyección de fondos sino que requieren de intervenciones bastante más profundas.

Y es ahí donde vienen las malas noticias. Pedro Sánchez viene de Europa con el premio gordo de la bonoloto en una mano y con una tarea en la otra. España va a tener que meter en cintura su política de ingresos fiscales, con una previsible subida en el IVA y otros impuestos que mejoren la recaudación. La reforma laboral no podrá crear en nuestro país unas condiciones dispares con el resto del mercado europeo. Y las grandes partidas presupuestarias, como los salarios de los empleados públicos -que andan por encima de los ciento treinta mil millones de euros- y las pensiones -que han escalado por encima de los ciento veinticinco mil millones- van a sufrir un frenazo que, en el primer caso, implicarán recortes y, en el segundo, que las condiciones de los futuros jubilados no van a ser las mismas (no descarten otro aplazamiento en la edad de jubilación).

Los ciento y pico mil millones con los que cuenta España (van a ser menos de los 140 mil previstos inicialmente) no van a empezar a llegar hasta bien entrado el año 2021, que será un ejercicio mucho más complicado que éste. De aquí hasta allí, el Gobierno de Sánchez tendrá que enseñar la patita. Y eso implica convencer a sus socios de Podemos de que las medidas de gasto social implican, necesariamente, un esfuerzo fiscal. Si los españoles quieren que haya más ayudas sociales, tendrán que pagarlas de sus impuestos. Y si quieren más autopistas, o más I+D o mejores escuelas, tendrán que pagar muchos más caros los combustibles o los bienes de consumo.

El último gobierno socialista de Rodríguez Zapatero tuvo que aprobar un paquete de medidas fiscales muy duras para afrontar la crisis del 2008. Al de Sánchez le va a tocar lo mismo, pero además en un escenario donde los gastos del paro, las pensiones y la deuda se han convertido en plomo en las alas.

El recorte

Escolta. Me asombra la polémica sobre si Evelyn Alonso, la concejal de Santa Cruz, llevó o no escolta de la Policía Local en los días previos al pleno. Porque lo que se debate es que el equipo de gobierno no lo sabía. Y creo que lo que debería llamarnos a la desazón es el hecho mismo de que un político, en un municipio como el nuestro, necesite protección porque demuestra que algo se está pudriendo. Que el equipo anterior de gobierno confiese que no conocía esa protección demuestra hasta qué punto se le había ido de las manos el ayuntamiento. Es posible que la escolta se prestara por agentes en su tiempo libre. O que fuera acordada por los mandos policiales, en cumplimiento del deber de proteger a un cargo electo que se siente amenazado. Pero en todo caso, esa polémica tiene un recorrido muy corto. ¿Hay alguien que se oponga a que se asegure la integridad de un concejal que denuncia que ha sufrido amenazas personales o contra su familia? Es de suponer que no. Así que ¿qué es lo que se está discutiendo en el fondo? Los días previos al pleno de la moción de censura los nervios de algunos se disparataron. Y hasta hubo algún concejal socialista que se encaró con otro del PP, a cuenta de unas declaraciones, a punto de llegar a las manos. La manera en que el PSOE perdió el poder en Santa Cruz fue tan fea como inteligente la que tuvieron para conseguirlo. Y eso ya no se va a poder cambiar.