Siempre he pensado que junto al gesto enigmático de la curiosidad se esconde el hecho que abre la mente e ilustra la vida. No hay duda (opinión subjetiva) que junto a la sombra desnuda de la carencia se instalan todo tipo de contradicciones. Hay personas que de forma natural nos sorprenden, personas que animan al interés a sentarse en una silla y a escuchar. Hablar (hablamos todos) pero al margen del lenguaje (opinión subjetiva) está lo que verdaderamente transforma las conversaciones: tener algo que decir. Muchas de las conversaciones son la desembocadura de la ignorancia. Sí, la misma que se apodera bruscamente de algunas personas y las convierte en pasatiempos. Unos días llenan el silencio con chascarrillos, otros con chismes y en ocasiones (sonrío) hasta hacen largos relatos de la vida cotidiana... ¿Pasar las horas hablando de lo que hemos comido tiene algún mérito?

Una buena conversación tiene una magia entrañable. Junto a las primeras palabras, siempre se aventura el gesto de lo que está por venir; no hace falta ser muy inteligente para distinguir lo simple de lo interesante. Lo que hace interesante una mesa no son las viandas: es una conversación. Hay personas que son el resultado de sus vivencias, personas muy vividas, personas que han recorrido mundo, personas que no necesitan hablar de nadie para llenar el silencio. ¡Qué bello es escuchar! Siempre he pensado que junto a la obsesión de hablar está el contorno desdibujado de la ignorancia... Hay "conversaciones" que son el histrionismo de la lengua. ¿Lo dudan? Hay personas que no saben de casi nada y van por la vida con aires de sabios. Y lo peor, generalmente, viven con una importante tensión acumulada. Son los mismos que a la mínima blasfeman o sacan la mano a pasear.

Una buena conversación es luz relajante que propone y hace pensar. No, no es el momento de escuchar estupideces, en definitiva, muchas son la inventiva de la ignorancia que persigue con desdén todo aquello que no comprende.