El sociólogo Zygmunt Bauman acuñó un concepto, modernidad líquida, que circuló ampliamente a principios de siglo: habíamos llegado a una sociedad donde las seguridades normativas, organizativas, morales y psicológicas del pasado (el matrimonio, el régimen patriarcal, el puesto de trabajo vitalicio, la relación jerárquica entre padres y profesores con los menores) se había derretido por el fuego de cambios tan veloces como imparables. No existe compromiso vitalicio con ningún marco profesional, emocional o sexual. Y la gente lo vive angustiosa y a la vez fascinadoramente mientras la principal actividad económica consiste en mantener la atención de la gente puesta en sus cacharros telemáticos por las que se le ofrece productos y servicios formal o simuladamente personalizados. La economía de la atención.

La actividad política, por supuesto, se ha vuelto muy licuefacta. En realidad vivimos enterrados hasta las orejas en la incertidumbre, que ya no es una situación excepcional, sino un rasgo estructural de nuestro tiempo. La pandemia mundial del coronavirus ha terminado por volar las últimas convicciones. Aunque a menudo intentemos disimularnos todo está en juego: el proyecto de la UE, el Estado de Bienestar, la fiscalidad, la viabilidad de una comunidad autónoma como Canarias, la democracia parlamentaria. Todo. En estos días, desde luego, en Bruselas. Pero también en el pequeño país atlántico, en nuestros barrios y en nuestras casas, no podemos distraernos siempre de que nos estamos jugando la vida tal y como la hemos conocido. Ignoramos si habrá vacuna el próximo año, ignoramos si nos veremos abocados a un nuevo confinamiento como paso previo al canibalismo, ignoramos cuando se restaurará con plenitud la actividad turística.

Y lo mismo ocurre con la política. Con el pretexto de la reciente moción de censura en el ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, los más ociosos comentan de nuevo las oportunidades de una moción de censura contra el presidente Ángel Víctor Torres. Leo que alguna criatura apunta incluso que Fernando Clavijo necesita ser de nuevo jefe del Ejecutivo canario antes de 2023 si quiere consolidar su liderazgo al frente de CC. Pero Clavijo no es diputado y no puede ser el candidato alternativo en una moción de censura. Es un movimiento problemático porque nadie es capaz de vislumbrar cuál será la situación económica de Canarias dentro de seis meses. Porque será mala, pero tal vez no dramática si se permite a las corporaciones locales el uso de superávits y remanentes y llega dinero de la UE para invertir en obra pública e infraestructuras. ¿Cómo explicarían los dirigentes de NC a sus militantes gobernar con el PP en Canarias? ¿Realmente está dispuesta CC a ceder la Presidencia a los conservadores? ¿Cómo podrían mejorar la oferta a Casimiro Curbelo? Se olvida que Torres tiene la posibilidad de convocar elecciones anticipadas presentándose como un presidente que actuó en múltiples frentes atroces sin desfallecer, que no efectuó recortes presupuestario graves, que ha evitado enfrentamientos con empresarios, sindicatos o administraciones públicas. Unas elecciones que convalidarían más a un líder que A unas siglas, a una actitud que a un programa. Hoy la estrategia política tiene tanto sentido como destripar a un conejo para predecir el tiempo de pasado mañana.