Asoma inesperadamente estos días una turbiedad irrespirable en el panorama social y político. Mires donde mires, las luces del buen gusto y el crédito acostumbrado de aquellos que creíamos referentes ya no brillan; por el contrario, han dejado de emitir la menudencia de fulgor que les quedaba. Puede que esta luz de ahora no sea más que el comienzo de una nueva oscuridad.

Sí, porque detrás de cada hombre hay un amanecer incompleto en el que dejó sembradas incontables esperanzas, y en multitud de casos, ha sido justo al elevarse el telón del confinamiento cuando uno se da cuenta del tiempo que ha perdido esperando ver llover felicidad en su ventana cada mañana. El desayuno es el despertar de todos esos sueños.

Hemos vivido una onda expansiva de desencanto. Sentimos que el jardín se nos ha llenado de escombros y un intruso nos ha pisoteado hasta las flores del mantel. Me pregunto dónde están los grandes hombres de Asiria. Alguien que consiga quitarme de la cabeza el zumbido de tanto insecto como merodea por el que otrora fuera egregio paraíso del parlamentarismo español.

Insecto no es un insulto. No es mi intención baldonar desde esta tribuna ya que eso implicaría ofender, injuriar, zaherir, denostar, vilipendiar, deshonrar, humillar, vejar, escarnecer... afrentar, estigmatizar, descalificar, señalar.

No valió la pena un 15 M para este viaje de ciénagas y arenas movedizas. Dadme la verdad antes que los ideales. Aquella Puerta del Sol ahora es todo sombra.

Muchos de aquellos líderes descamisados nos contemplan ahora desde el porche de sus casas amplias, mientras los idealistas que les votaron lamiéndose de libertades las comisuras, avanzan su fatiga por el único camino posible... el desencanto.

Vinieron a ejercer la resistencia, a colocar cimientos de honestidad... pero los gansos siguen siendo gansos. De aquello sólo queda como recuerdo una coleta larga, el remedo de una barba descuidada y la pose de un predicador achatado por su propio ego. Quiere ser el sol cuando le sostiene el mismísimo dios-sol.

Ninguno de estos pequeños dioses saben de grandes asuntos de Estado. Como dijo el filósofo : “Se puede hacer prisionero a un general y poner en desbandada a su ejército, pero ni siquiera al hombre más abyecto y vulgar se le puede aprisionar el pensamiento”.

¡Las vueltas de tuerca que da la vida, Pablo! Una verdad será siempre mejor que un engaño. En esta parte del mundo no hay petróleo que pueda adormecer las virtudes heredadas de nuestros padres. Aquí la bruma no llegará a tanto... a pesar de lo lejos que ha llegado.

Miro por la ventana algunas ruinas venerables. Allí está la suma de tantos desencantos. Creo haber llegado a la oscuridad. La nueva oscuridad.

La ciénaga es una perturbadora película. Todo en ella, Pedro, resulta inquietante hasta la asfixia. La desidia es el hilo conductor. ¿En qué parte del cielo se encuentra usted para no ver e intentar frenar este masivo desmoronamiento de expectativas?

Yo hubiera querido hablar de mil cosas más y mejores antes que de ustedes dos. Pero resulta que llevan un tiempo apagando la luz de mis días y la dulzura de mis noches... resulta que ahora quieren fundir la nieve helada de los polos sagrados que quedaban intactos: la justicia y la prensa. ¿Qué más?

¡Nos llevan hacia la noche! Los quejidos del hielo son tan terribles que asustan. No son meros alamares de tu coleta Pablo. Son avisos de alguna muerte lejana y fatal.

No es agradable buscar en la madrugada una brújula, la complicidad con el folio para referir los sombríos pensamientos que me asaltan cuando ustedes empiezan a afilar sus uñas sobre la intocable libertad de expresión, esa manía de los dioses menores.

Por suerte hemos aprendido, ahora la resistencia emerge en otro bando. Y no olviden nunca que un río, para serlo, necesita dos orillas. En ambas puede estar toda la verdad por un tiempo y toda la mentira... para siempre.

(*) Periodista