Dos apagones en menos de un año. Suma y sigue. Y no pasa nada. Otra vez escucharemos una retahíla de excusas, a cuál más peregrina. Palabras que intentarán justificar lo injustificable. Porque la penosa realidad es que la red de distribución del suministro eléctrico en nuestra isla es una puñetera bosta de vaca. Y que los sistemas de producción eléctrica están, en gran medida, obsoletos y son una chapuza. Y que se aprueban planes energéticos, con toda pompa, que no valen ni el papel en el que están escritos.

Podemos hacer como si no pasara nada. Como que es normal que nos hayamos quedado una vez más sin energía. Es lo que venimos haciendo con casi todo en la isla de Tenerife: metiendo la cabeza en un agujero, para no ver la realidad. Cada pueblo, al final, tiene las cosas que se merece. Pero es un hecho clamoroso que no se están promoviendo e incentivando las inversiones que necesitamos para garantizar un suministro eléctrico a la altura del siglo XXI. El perroflautismo ha edificado un discurso sobre las energías renovables que son el presente y el futuro de Canarias. Y sí que lo son. Pero al margen de los sueños húmedos del ecologismo rampante, el presente del sistema sigue estando en una producción que se tiene que soportar en el gas natural o en los fueles. Nos guste o no nos guste. Durante muchos años tendremos que invertir en sistemas de arrancado rápido que den respuesta inmediata a las demandas de energía.

Vamos a hacer un nuevo Plan Energético de Canarias, como si ahí estuviera el conjuro a todos nuestros males. Pero Red Eléctrica seguirá sin modernizar el mallado de la distribución de nuestra isla. Y Endesa seguirá produciendo con equipos obsoletos, porque toda inversión que no sea en renovables está penalizada. Y en lo que transitamos hacia las nuevas energías, las viejas se petan. Y nosotros con ellas. Y pasa lo que pasa: el tercermundismo.

No es nada excepcional. ¿Qué hay aquí que funcione? El puerto de Fonsalía está atascado. Las nuevas carreteras de Tenerife llevan décadas que sólo se construyen con saliva. Las nuevas promociones turísticas se prohíben, se boicotean, se someten a la tortura de una interminable espera. El valor supremo del medio ambiente es la bandera universal para que no se mueva nada. Para que nada prospere. Esto es Tenerife, siglo XXI. Un tango. Y todo a media luz, en un melancólico crepúsculo interior. La mayor mercancía es la palabrería, una quincalla de mercachifles que suponen que podemos vivir del aire, de la subvención y la mendicidad. Somos una isla sin nervio, sin pujanza, sin fuerza. Donde se van sucediendo las calamidades sin que la indignación rebase la marejada de la barra de bar.

Escribo todo esto sin saber cuál va a ser la versión oficial del apagón. En realidad no importa. Porque ya dijimos, la última vez, que volvería a pasar. La incompetencia tiene consecuencias previsibles. La gente se cabrea. Se sulfura. Y luego se olvida. Y Tenerife seguirá a oscuras, aunque vuelva la luz.

El recorte

O yo o el caos. El alcalde de Arona, José Julián Mena, dice que el pueblo le ha votado mayoritariamente. O sea, a él, no a a su partido. Y que no se piensa marchar, aunque se lo haya pedido la dirección del PSOE. Está atornillado a una Alcaldía que defiende con uñas y dientes. Pero le soplan vientos muy adversos. El concejal que sí ha puesto su cargo a disposición del PSOE -Luis García, el ex de Urbanismo- con su gesto no solo le ha dejado en una posición muy desairada, sino que sigue conservando el apoyo de media docena de compañeros (y de una gran parte del partido en el municipio). Los suficientes para que la cosa no tenga solución. Mena, además, cometió el error de llamar a Casimiro Curbelo y contarlo después -cosa que, por cierto, cabreó lo suyo a Curbelo- porque se ha entendido en su partido como un amago de amenaza “intolerable”. Una advertencia de que podría optar por el modelo del socialismo gomero y convertirse en una agrupación independiente. La posición política de Mena es cada día más complicada. Y si el PSOE decide abrirle expediente de expulsión, el juego se habrá acabado. Lo que no acabará son las denuncias y las investigaciones judiciales que están abiertas. Aún nos queda por saber a quién alcanzan y sobre qué versan. Y esa sí que no se para con dimisiones y retiradas.