Admitiendo su dimisión como concejal del ayuntamiento de Arona, Luis García consigue, al menos, que no se le expulse del PSOE, e intentar un regreso a la política local a corto y medio plazo. Y además coloca un espejo ante el alcalde José Julián Mena, que se niega a marcharse y cuenta con seis ediles -al menos- decididos a seguirle. Mena tiene razón al afirmar que es muy difícil articular una mayoría capaz de descabalgarle a través de una moción de censura, pero lo que no cuenta es que un gobierno municipal exclusivamente menista conduciría al ayuntamiento al descrédito, la parálisis y la inoperancia. Aun así se aseguraba que el muy alcalde, entre ayer y anteayer, había lanzado mensajes con varios grupos municipales, como si no supiera que la oposición votaría en masa cualquier candidato socialista que no fuera él. Aunque algunos dudan. Quieren esto, aquello, lo de más allá. No será fácil convertir a Dácil León -la favorita entre casi todos sus compañeros y la dirección insular- en la futura alcaldesa de un gobierno cosido a retales entre la desconfianza artera y el hambre de poder.

Los que conocen a Mena no entienden lo que le está pasando. Probablemente no lo entienda ni él, pero sus acciones y decisiones dibujan la deriva de un político cada vez más aterrorizado que ha emprendido una huida hacia adelante, encerrado en la Alcaldía con su colega (y asesor) Nicolás Jorge y recibiendo wasaps -cada día menos numerosos y confiados- de Agustín Marichal y del abogado deshollinador que ya no le canta entusiasmado lo de supercalifragilisticoexpialidoso, aunque al oír decirlo suene enredoso. Mena, probablemente, cree que si se mantiene a los mandos podrá maniobrar mejor bajo la lluvia de mierda y pus que puede desatarse en cualquier instante. Manteniendo esa extraña convicción que concede la firma como alcalde Mena, en definitiva, piensa que dispondrá de más posibilidades de sobrevivir políticamente,y si es necesario, convertirse en el futuro en una nueva versión de Manuel Barrios. Se me antoja bastante dudoso. Barrios era (y sigue siendo) infinitamente más astuto y mañoso que el todavía alcalde. Hace semanas hubiera sacrificado a Nicolás Jorge con una podona afilada por él mismo.

Agustín Marichal, el muy particular presidente del PSOE aronero, constructor y político en sus ratos libres, o tal vez viceversa, insistía hasta anteayer que Mena estaba "blindado por el pueblo". Se refería, sin duda, a la rotunda mayoría absoluta conseguida por los socialistas hace poco más de un año, pero sería necesario introducir un matiz. Arona fue el municipio canario de más de 20.000 habitantes donde se registró la abstención más alta. Más de un 62% de sus vecinos se abstuvieron en los comicios locales de 2019. Aproximadamente solo uno de cada cinco aroneros votó a José Julián Mena y al PSOE. No parece un blindaje excepcional. Y ocurrió así, precisamente, porque los vecinos y vecinas de Arona estaban asqueados, sobrepasados, agotados pública y privadamente por la corrupción y el mamoneo que ha padecido el municipio, como una maldición bíblica, durante un cuarto de siglo. Vaya usted a saber cuántos vecinos se decidirán a votar dentro de tres años. La corrupción, cuando se derrama del plato y deja caer pasta y posibilidades, puede llegar a ser apoyada por el electorado. En Argentina se gritaba mucho eso de que "ladrón o no ladrón, queremos a Perón". Cuando crece el hambre y la angustia ya no tiene gracia. Los Mena nunca acaban de entenderlo. Y los Marichal menos.