Es del todo conocido que las campañas de desprestigio se alimentan de bulos y esgrimen insultos a modo de arma arrojadiza contra quien discrepa o manifiesta una opinión crítica. Vale la pena recordarlo ahora que en el panorama nacional e internacional, tras la llamada Declaración de Harper’s, firmada por más de un centenar de intelectuales entre quienes se encuentran Noam Chomsky, Salman Rushdie o Margaret Atwood, se alzan voces en favor de respetar las ideas ajenas. De hecho, en una sociedad democrática suele ocurrir que el derecho a la libertad de expresión y el derecho al honor se ponderen y se amplíen en función de la casuística que concurra. Aun así, la libertad de expresión prima y la crítica debe discurrir con normalidad, lo contrario sería un claro ejemplo de déficit democrático. Ahora bien, esto no quiere decir que se avalen interpretaciones sesgadas de los hechos ocurridos ni que se emitan imputaciones sin haber contrastado las fuentes ni haberse informado lo suficiente. Sin embargo, corren tiempos en los que se respira una atmósfera bronca en la que, en casi todos los campos, hay pocos puentes tendidos para el diálogo. En el punto de mira están los medios de comunicación, a los se acusa de hacerse eco del mal ambiente social que se vive y de trasladar noticias que no lo son. Pero, más allá de las exigibles buenas prácticas periodísticas, el acto de matar al mensajero no debe sorprendernos por ser una estrategia que viene de antaño.

Tomando este contexto como excusa, quisiera mencionar que el feminismo conforme ha ido avanzando ha recibido en estos últimos años todo tipo de ataques. Utilizando la manipulación y la desinformación, el discurso machista se ha rearmado y articulado con los bulos que redacta un tipo de prensa declaradamente misógina y que los difunde masivamente a través de las redes. En esa línea Ana Bernal Triviño publicó el año pasado su último libro, titulado No manipuléis el feminismo, donde señala que la mayoría de los bulos van dirigidos a reducir el apoyo social de las víctimas de violencia de género y a negar la desigualdad estructural con la que se ha construido históricamente las relaciones entre mujeres y hombres. Este tipo de violencia mediática utiliza mal las fuentes, blanquea la imagen del maltratador, niega la violencia contra las mujeres y las culpabiliza de las agresiones que reciben. Es el caso, por ejemplo, del bulo más actual que relaciona las manifestaciones del 8 de marzo como causa de la expansión de la covid-19, cuando es un hecho contrastado que días anteriores y ese mismo día hubo otros eventos multitudinarios. En cuanto a los insultos, también es amplio el espectro. Desde el ofensivo feminazi que compara al feminismo con el nazismo, una ideología que vulneró los derechos de la Humanidad y que ejecutó crímenes específicos de género (abortos forzados, esterilización, violaciones) en los campos de concentración exclusivamente para mujeres como el de Ravensbrük, hasta el más reciente con el acrónimo TER, término despectivo formado por palabras del inglés (Trans-Exclusionary Radical Feminist) que lanza falsas acusaciones de transfobia a quienes discrepan del proyecto de Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual que presenta el Ministerio de Igualdad.

Esta situación de crispación exige una mayor responsabilidad por parte de quienes generan corrientes de opinión y no deben fomentar el odio o la ignorancia. En este sentido, los medios que trabajan la información desde la perspectiva de la igualdad y tienen alguna figura en la redacción relacionada con el género, destacan por su mayor fiabilidad. Por eso no está de más recordar que hay que impulsar una militancia informativa que visibilice las buenas prácticas periodísticas y desmonte los bulos y los estereotipos sexistas. Al respecto, Ana Bernal como periodista que es, plantea un decálogo para informar. Entre sus mandamientos está recordar que las mujeres no mueren, sino que son asesinadas, no minimizar al agresor y no revictimizar o cuestionar a las víctimas. Se trata de adoptar un marco informativo en el que los derechos de las mujeres están vinculados a los derechos humanos a partir de los diversos convenios y tratados internacionales que lo respaldan.

Frivolizar con estos temas es de dudoso gusto, máxime cuando se hace referencia a delitos, asesinatos y todo tipo de violencias. De ahí la importancia de no dar espacio a los bulos, salvo para desmentirlos. De ahí también la necesidad de no dar pábulo a los insultos ni a las descalificaciones que tan fácilmente se usan sin caer en sus consecuencias. Normalizar los bulos y los insultos, en cualquier ámbito, es una regresión en una sociedad que busca la paz social y el diálogo entre las partes. Y en estos tiempos de tanta precariedad y vulnerabilidad, no estamos precisamente para introducir un caballo de Troya en el espacio público, puesto que lidiar con un virus troyano de esa envergadura, haría aún más difícil vencer el coronavirus y salir adelante.

(*) Instituto Universitario de Estudios Feministas y de Género Purificación Escribano