Vamos pasando, sin solución de continuidad, de los brotes verdes a los negros rebrotes; de los alegres jilgueros a las oscuras golondrinas. Cuando la responsabilidad última del control de la pandemia recae en los ciudadanos sobreviene la relajación y el viva la Virgen. Y no importa que los descuidados y los irresponsables sean unos pocos: el problema es que se juntan y el efecto torna multiplicador. Ya lo decía mi abuelo: líbrate de los idiotas, que a veces son tantos que incluso ponen al alcalde. Los que desde la gaya ciencia auguraron que el coronavirus se replegaría durante el verano a sus cuarteles de invierno, erraron la predicción. Estamos viendo cómo los primeros focos tras el largo confinamiento se disparan justamente en relación con actividades vacacionales: que si fiestas multitudinarias sin control, que si cumpleaños familiares, que si botellones, que si la recogida de la fruta€ Mal asunto cuando unos pocos condicionan la libertad de muchos y coartan, desde la atalaya irresponsable de su imprudencia, los derechos de todos. A los idiotas habría que impedirles votar, si bien la idiotez frente al covid-19 tiene sus monumentales campeones y no se trata de personajes anónimos. Te pasas meses haciendo chistes sobre el avance de la "gripecita", te dedicas a dar abrazos y a estrechar manos en público sin mascarilla y llega el bicho, se te cuela y te entra el canguelo, como a Bolsonaro, al que no le queda otra que encomendarse a fray Galvão y a la hidroxicloriquina. El presidente de Brasil no vio pelar las greñas de Boris Johnson y ahora tiene que poner su tupé a remojo.