Se trata de descubrir la diferencia entre el titular y la noticia escrita. A nivel de titulares todos estamos comprometidos en el respeto y promoción de los derechos humanos. ¡A ver a quién se le ocurre cuestionarlos en voz alta! Pero otra cosa muy distinta es la letra pequeña de la vida real. A pequeña escala, en la intimidad de la convivencia social, en voz baja y sin que se haga ruido, los derechos humanos son vulnerados a diestro y a siniestro, con la impunidad cómplice de quienes miramos para otro lado. No podemos vivir de titulares grandilocuentes. Hay que esgrimir los derechos de las personas desde la ínfima letra pequeña que necesita la lupa sana del civismo ético responsable del que hacemos gala.

¿De qué derechos hablamos? Porque algún listado ha de haber y algún orden habrá que poner para que su promoción nutra nuestro espíritu democrático. ¿Qué queremos decir cuando decimos "derechos" y a qué nos referimos en concreto? Hay un esquema sencillo y bien pensado que nos ofrece un compendio doctrinal que me gustaría ofrecer. Es, a mi juicio, el mejor resumen que he encontrado al respecto y, además, establece el orden lógico de su desarrollo.

Los derechos que merecen aparecer siempre en el reverso social y en letra pequeña serían: «El derecho a la vida, del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer bajo el corazón de la madre después de haber sido concebido; el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad; el derecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la búsqueda y el conocimiento de la verdad; el derecho a participar en el trabajo para valorar los bienes de la tierra y recabar del mismo el sustento propio y de los seres queridos; el derecho a fundar libremente una familia, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso responsable de la propia sexualidad. Finalmente, como fuente y síntesis de estos derechos en cierto sentido, la libertad religiosa, entendida como derecho a vivir en la verdad de la propia fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la propia persona». Cualquier otro derecho que queramos promover, exigir, desarrollar, nunca debe olvidar estos seis derechos fundamentales en cuyo ámbito se desarrollan todos los demás derechos.

De todos ellos, como quien mete la mano en la chistera y saca solo uno, para contemplarlo y valorarlo en su belleza concreta, me gustaría sacar el primero de ellos. Sin el cual hablar de derechos es una inutilidad intelectual. Me refiero al derecho a la vida. Los derechos los ejercitan las personas vivas. Si no se garantiza este primer derechos fundamental, los demás no tendrían sentido. Para qué quiere el derecho a la educación o al trabajo, alguien que ha sido despojado de su derecho a vivir. Esto que es lógico en el nivel del pensamiento, no se traduce oportunamente en leyes adecuadamente protectoras. En leyes y en actitudes sociales de valoración de la vida humana en todas sus circunstancias y posibilidades.

Es comprensible que algunos hablen de «cultura de la muerte» como nota distintiva en la letra pequeña de nuestra identidad social. No nos gusta verla, la recluimos en tanatorios decorados, pero la convertimos a la vez en medio de solución para nuestros desequilibrios culturales. Los problemas se solucionan siempre con la vida, no con la muerte. Y la vida ha de ser cuidada, protegida, defendida, valorada, sea cual sea su condición humana. Una democracia no se sostiene a hombros de una cultura de muerte.

(*) Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife