El presidente de Canarias, Ángel Víctor Torres, puede disolver el Parlamento y convocar nuevas elecciones. Lo dice el nuevo Estatuto de Autonomía. Y hay mañanas que se le pasa por la cabeza. Porque además de resiliente es razonablemente listo. Y se las debe ver venir. Hasta ahora, Torres ha sido el bombero mayor del reino en una gestión que más parece el rodaje de una película sobre el apocalipsis. No es que le haya tocado bailar con la más fea (igual la frase machista tendría que revisarse ¿no?) sino que le han sacado, atado de pies y manos, a una diabólica danza de enanos con tricornio (lo de los enanos igual también).

La colección de desastres naturales, económicos y sanitarios, ha sido de tal magnitud que solo la inmensa habilidad del presidente, con el grado justo de exposición pública, le ha permitido conservar casi todas las plumas. Pero todo lo bueno se acaba. Lo que se avecina no es una calamidad, sino la ruina económica de Canarias. La quiebra de un modelo social que en islas como Fuerteventura y Lanzarote tendrá tintes de un cuadro del Bosco.

Para afrontar lo que se nos puede venir encima, Torres necesita dinero a manta. De Madrid no va a venir. Lo ha intentado, pero el teléfono de Moncloa está comunicando. Hay mucho tráfico de datos con Bruselas, Barcelona y Vitoria. La recaudación de impuestos propios va de proa el marisco, con la caída de los ingresos del bloque del REF. El paro se va a poner por encima del medio millón de trabajadores en dos telediarios. Los autónomos y las pymes están cayendo como moscas. Y el motor turismo, en el que todo se confiaba, está gripado y no termina de arrancar.

Hacia el comienzo del otoño, con las arcas vacías y la economía regional en la UVI, la capacidad de maniobra de este Gobierno estará seriamente comprometida. La Presidencia se va a convertir en la punta de una pirámide invertida, en la que recaerá toda la inmensa presión de dos millones doscientas mil manos extendidas. Todo el mundo va pedir inversiones, gastos, ayudas y subsidios que no se van a poder atender. Y en el camino hacia ese pandemónium, el papel de Torres se va a deteriorar muy gravemente. Porque el mejor amigo de la gente cabreada es el chivo expiatorio. Porque se va a convertir en un pararrayos del cabreo y la frustración. Y porque además, en Canarias es costumbre consuetudinaria de que cuanto más gordo se pone el cochino, más cerca está de la cuchilla.

Estar en la presidencia del Gobierno, dentro de muy pocos meses, será estar sentado en un trono de hierro hecho de clavos con las puntas hacia arriba. Dos de los socios del pacto, concretamente Nueva Canarias y Agrupación Socialista Gomera (ASG), no van a caminar mansamente hacia un matadero electoral. O se busca una salida económica excepcional -plan de rescate o endeudamiento ilimitado- o bien la política en las islas se va a convertir en un mar de ácido sulfúrico. La gente no quiere razones, sino soluciones. Y estoy seguro de muy pocas cosas, pero una de ellas es que si todo va mal, alguien va a pagar el pato. Y creo que Torres también lo sabe.