Hace años alguien me recomendó un libro que me entusiasmó, porque acertaba a iluminar mi experiencia en el trato y seguimiento de políticos y periodistas: On Bullshit, de Harry Frankfurt, filósofo político de Pricenton. No hay que temer la orla académica, porque no es un texto técnico, sino un ensayo inteligente, ingenioso y muy legible. Alejandro Katz les resume mejor que yo el concepto. El bullshit no es simplemente una mentira política; es, dicho con mayor precisión, "el impulso creativo de un lenguaje que es indiferente a la verdad". El productor de mierda de toro no intenta toscamente ocultar la verdad, le importa un pimiento, porque "solo está atento a su interés inmediato, y construye un discurso en función de ese interés". No intenta engañar en cada una de las cosas que tergiversa, "sino respecto a las intenciones de lo que hace". El político mentiroso y el periodista manipulador son figuras toscas, artesanales, bastante anacrónicas. En puridad a los mayores sinvergüenzas en uno u otro oficio no les es necesario mentir. Basta con alcanzar una absoluta e imperturbable desinterés por lo verdadero, a veces, incluso, por lo verosímil.

Pese a nuestro evidente subdesarrollo en materia de personal político, uno ha conocido a bastantes practicantes del bullshit en Coalición Canaria, PSOE y PP, sin excluir algún exalcalde, expresidente del Cabildo y exministro que además exigía que se caracterizara su mierda como una fragancia irreprochable. Pero tengo que rendirme a la evidencia: la señora Matilde Zambudio supera a todos en los últimos años. La concejal Zambudio, primer teniente alcalde del ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, ha demostrado una asombrosa capacidad neuronal para desconectar con las verdades más obvias y elementales. El pasado año, una vez que su pacto con el PSOE la llevó a gestionar importantes áreas de poder municipal, Zambudio insistió repetidamente que ella, en ningún momento, desobedeció las instrucciones de Ciudadanos al votar a Patricia Hernández como alcaldesa, cuando era público y notorio lo contrario. Se le abrió expediente de expulsión. Ahora vuelve a la organización a través de un acuerdo en el que reconoce que incumplió las órdenes de la dirección de votarse a sí misma. Zambudio no ha pestañeado. No ha ofrecido ninguna explicación. Le trae absolutamente sin cuidado su propia, esplendorosa exhibición de cinismo político.

Tampoco ha ofrecido ninguna explicación sobre las informaciones publicadas sobre la muy presunta auditoría de la Sociedad de Desarrollo y el chisporroteante historial judicial del autor del informe, salvo que cree en la honradez del auditor. Claro que esa no es la pregunta que debe responder, porque no se trata de una cuestión fideísta, como creer en Jehová o la telekinesis, sino de asumir la responsabilidad de un encargo en semejantes condiciones y en su condición de segunda autoridad del municipio. ¿Por qué eligió a ese caballero tarraconense y no a otro mortal que no hubiera salido en las páginas de sucesos y tribunales? Zambudio guarda silencio de y sigue afilando la mirada como una figuranta en La casa de Bernarda Alba, y de repente, en el momento preciso, ni antes ni después, profiere: "Era necesario comenzar la regeneración de Santa Cruz". Un día u otro le preguntarán cualquier cosa y le responderá al periodista, frunciendo el ceño: "Todo lo hago por tu felicidad. Que si quieres bolsa".