Saben mis amigos más íntimos que se la tengo jurada a Noam Chomsky después de que me tocara en suerte un profesor de Lengua que era de sus más acérrimos fans. Qué digo fan, un hooligan, era.

Así que, por culpa de ambos, tuve ese galimatías indigesto llamado gramática generativa-transformacional clavado en el alma durante un curso completo de la carrera. Me salieron ese año, a mis diecinueve recién cumplidos, varias canas y arrugas que aún conservo como huella indeleble de lo que esos señores hicieron a mi juventud. Desde entonces, ni olvido ni perdón para el Chomsky lingüista.

Sin embargo, contra el Chomsky politólogo no tengo nada. Comparto algunas de sus afirmaciones y discrepo de otras, porque ya ven que no soy mucho de adhesiones inquebrantables. Pero respeto profundamente su trayectoria, su coherencia y su valentía.

Les he colocado este preámbulo porque esta semana se ha publicado una carta, un manifiesto, en realidad, firmado por ciento cincuenta intelectuales, la mayoría de ellos progresistas, mayores de cincuenta —lo que se podría llamar izquierda clásica, si es que eso existe en USA— contra la pertinaz corrección política y la intolerancia de la nueva izquierda, del activismo progresista, del (llámenlo equis). La carta-manifiesto la publica 'Harper's', una prestigiosa revista de izquierdas. Recalco mucho esto porque ya he leído a algún descerebrado llamar facha a don Noam, uno de los más destacados firmantes. Y por ahí, comprenderán ustedes, por mucho que el buen hombre me haya hecho sufrir antaño, no voy a pasar.

En el texto se defienden las luchas por los derechos fundamentales, pero, igualmente, se reprueba lo que sus autores llaman "la moda de la humillación pública y el ostracismo", que consiste en tomar "represalias rápidas y duras en respuesta a lo que se percibe como transgresiones del discurso y el pensamiento".

Hay un párrafo, en concreto, que firmaría sin dudarlo y que defenderé donde y cuando sea menester. Es este: "La intolerancia está cogiendo fuerza en todo el mundo y tiene un poderoso aliado en Donald Trump, que representa una amenaza real para la democracia. Pero la resistencia no debe permitirse caer en su propia clase de dogma o coerción, que los demagogos de derecha ya están explotando. La inclusión democrática que queremos se puede conseguir solo si hablamos en contra del clima intolerante que se ha establecido en todos lados".

Precisamente otro prestigioso lingüista, George Lakoff —que también tuvo sus cuentas pendientes con la gramática generativa de Chomsky, aunque esto no venga al caso— viene alertando, desde hace ya mucho, sobre el error que supone abrazar los marcos y usos de Trump y la derecha populista (de cualquier tipo de populismo, en realidad), y explica que la solución no está en caer en la descalificación, el debate bronco y la amplificación de mensajes del adversario, sino en centrarse en los asuntos reales, no en aquellos a los que nos quieren llevar interesadamente los expertos en hacer que las redes "ardan".

Y ahí entraría, por supuesto, no imitar sus costumbres, especialmente la de acallar o neutralizar a quien no dice lo que se quiere escuchar. No pretender tener adeptos o acólitos, sino gente que pueda disentir y alimentar el debate sin que se le eche encima tal o cual organización.

Denunciar, siempre, en las instancias que haya que hacerlo, cualquier hecho que vulnere los derechos humanos, pero no caer en la enfermiza y mal llamada corrección política que pretende perseguir y silenciar ("cancelar", se dice ahora) las voces discrepantes y que va a acabar convirtiéndonos en un rebaño donde sigan balando los tres de siempre mientras las demás obedientes ovejas callamos por miedo o por prevención.