Si algo ha demostrado la actual crisis es que los modelos eran insuficientes, que las previsiones fallaron, que el sistema se hizo viejo sin apenas estrenarse en sus posibilidades múltiples, digitales, virtuales. En la sobreoferta fuimos negligentes con algo esencial: la prevención de la salud. Entre tanta oportunidad, nos descuidamos pensando en consumir aquello que aparentaba hacernos más elegantes, más modernos, ¡lo más de lo más!, sin percatarnos de que las urgencias reales eran las de carácter epidemiológico, medio ambiental, o la propia solidaridad humana. La desatención a las advertencias de los investigadores, la penuria de presupuesto para los científicos, estaban condenando ya a un mundo que sobrenadaba en abundancias materiales superfluas y en carencias culturales y educativas.

En el ahora dominado por las imágenes superpuestas, impactantes, difundidas en red por millones de creadores con un solo un clic, hubimos de conformarnos con poner nombre a un virus paradójicamente sin más recreación apantallada que la que lo aproxima a un dibujo animado, similar a un Bob Esponja redondeado y crateado como la luna, un “bichito” capaz de terminar con la salud en unos días y con las economías más boyantes en unos meses. Estamos tan desorientados que incluso resulta posible que algunos le encuentren simpático.

Ahora no caben estrategias elusivas, esas que tanto gustan algunos políticos, habladores embadurnados de neologismos o manipulaciones o palabras usadas con la extravagancia de la improvisación o la conveniencia casual: Reconstrucción, nueva normalidad.... Banalidades insuficientes para un mundo que se ha craqueado como un leve espejo de cristal y que, lejos ya de multiplicar imágenes, las distorsiona hasta lo surrealista.

Estamos en el inicio - insisto en la situación temporal: en el inicio- de una crisis en la que, como ocurre casi siempre, la primera en morir fue la verdad, disimulada entre estadísticas falaces -si no había test, ¿cómo podía haber datos?; si resultaba más importante autorizar una manifestación -del género que fuere-, ¿ cómo íbamos a confinarnos antes de reivindicar lo que hay que obtener mediante el Derecho o la Educación? Las preguntas pueden ampliarse hasta casi el infinito. Pero en este momento se requieren soluciones, fortalezas, consensos, y estos han de provenir del entendimiento de las circunstancias, de la generosidad, del talento y del encuentro en lo esencial.

No, los políticos no son los únicos culpables, la sociedad les ha avalado, les consiente y admite sus soluciones, por impagables que resulten, y no solo en el manejo de los Presupuestos Públicos -crónica de un déficit crónico-, sino también en la creación de un sistema clientelar ideológico o en la ausencia de decisiones de sentido común basadas en las experiencias propias o ajenas. En este preciso instante, se exige una clase dirigente que se haga respetar y que tenga la confianza suficiente para ejecutar con precaución las medidas que puedan sacarnos del marasmo - según el Diccionario de la Real Academia: suspensión, paralización, inmovilidad, en lo moral o en lo físico- social. Unos dirigentes que nos ayuden a levantarnos sin reumas de esa acomodación en el sofá-trono a la que nos acostumbró la cuarentena y que parece habernos afectado en lo psicológico, cual si fuéramos monarcas pasmados por una irrealidad subsidiada.

El erudito Pancracio Celdrán decía que en el campo semántico de los tontos moran “Abundio y Pichote, Cardoso y el cojo Clavijo, Perico el de los Palotes, Panarra y Pipí, el tonto de Coria, el del Bote y el de Capirote”. Tampoco falta el pobre al que se le ocurrió asar la manteca o “el tonto bolonio”. Fernando Fernán Gómez aseveraba con refinada ironía: “Los imbéciles no sufren, ¿a usted no le gustaría ser imbécil? Pues claro, qué duda cabe, si usted me dice que los imbéciles no sufren, pues encantado de ser imbécil”. Espabilemos, el problema radica en que el desentendimiento tiene difícil cura, no conoce vacuna e, infelizmente, si no es corregido a tiempo, mata.

Solo Europa podrá aportar los fondos suficientes para superar esta crisis, recursos económicos, industria y turistas, también los aportes estructurales que habrán de pilotar un cambio imprescindible en las actitudes y en las aptitudes, a la par que referencias morales, valores y seriedad. A cambio de su dinero, como es lógico, los organismos europeos , y no solo los países nórdicos, Alemania o Francia, exigirán administradores con sentido de Estado y formación suficiente, equipos ideológicamente transversales predispuestos a acuerdos en lo esencial y a responder de su crédito político y de su seriedad administrativa. Hay nombres en el Gobierno y en la oposición, nombres de negro españoles. Seamos serios antes de que el luto nos inmovilice, dejémonos de idioteces si no queremos que redoblen las campanas de la anarquía y tengan que venir de fuera a gobernarnos, lo que ya algunos compatriotas de entidad intelectual defienden.

Esto no ha hecho más que empezar. Intentemos reconvertir en oportunidad la crisis. Los chinos saben cómo hacerlo desde hace milenios.

(*) Este artículo forma parte de la iniciativa Manifiesto Ibérico. Destino Europa. @AlbrtoBarciela