Para Santa Cruz lo de la compra de Las Teresitas fue un negocio de escándalo. Vamos a cobrar unos cien millones, que tienen que devolver los empresarios condenados. Pero no tendremos que devolver los terrenos comprados en el frente de playa. O sea, que nos quedamos con el dinero y con la burra.

Y si, a partir de eso abrimos una prometedora línea de negocio y le damos continuidad a la cosa. Pongamos por caso el concierto de Juan Luis Guerra, que vino a nuestros Carnavales. El hombre llegó y cantó delante de decenas de miles de personas. Pero ahora, aplicando la inteligencia creativa, el Ayuntamiento de esta muy Benéfica Ciudad, Puerto y Plaza de Contenedores puede proceder a reclamar la devolución de los haberes pagados por la actuación. Así que lo primero que tiene que hacer Guerra es hacer que llueva café y devolver la pasta gansa que le pagaron por cantar. Y después el promotor que organizó el concierto tendrá devolver el dinero que cobró. Por supuesto en ambos casos con intereses. Y como el ayuntamiento no tendrá que devolver lo obtenido a cambio -o sea, el concierto- negocio redondo. Otra vez. Tacatáaaan.

Porque, a ver ¿cómo se devuelve a un cantante lo cantado? Es bastante obvio que habrá sido un concierto a fondo perdido. Y si nos ponemos estupendos, vayamos hacia atrás en el tiempo para ir sacándole la lasca con sus intereses correspondientes a todos desde Celia Cruz hasta hoy. Imagínense la línea de negocio para esta capital a la que le saldrían los millones por las orejas. Como además a los de Emmasa se les pueden pedir los millones que se han ido devolviendo a sí mismos por la concesión, no sería de extrañar que Santa Cruz se convirtiera en uno de los mayores fondos de capital de todo Occidente.

Y, ya desmelenados, ¿por qué no ir más lejos? Donde dijimos digo vamos a decir Diego. Esta ciudad, puerto y plaza se ha gastado una pasta en la recogida de basuras, en el cuidado de los jardines y en poner luces absurdas para iluminar el cementerio que son las noches, que aquí son como la boca de un lobo desdentado. ¿Por qué no empezamos a meter demandas para recuperar toda esa pasta alegando que los expedientes tienen defectos de forma? Ya lo ha dicho el auditor catalán de la señora Zambudio, que el 95% de las cosas que se hacen por los funcionarios municipales, y políticos, están mal hechas y son ilegales. ¿Ustedes se imaginan que consigamos que se nos devuelvan tantísimos millones gastados en empresas de servicios y obras que tendrán que rascarse el bolsillo para garantizar el bien público y la pureza de los procedimientos administrativos.

Se puede tomar esto a coña marinera -porque hay gente así de frívola- pero me da que podemos estar inaugurando una vía de negocios de consecuencias incalculables. Solo queda animar a los gestores municipales para que se vayan denunciando mutuamente, por turnos, y nos llenen los bolsillos de dinero fresco.

El recorte

El milagro. Estaban los ciudadanos desconsolados, al lado de una montaña, junto al mar, escuchando las sabias palabras del consejero de Hacienda, Román Rodríguez. Ante él habían llorado porque no tenían turismo y se estaban muriendo de hambre. Y entonces él les dijo: “Dejen de llorar y séquense los ojos, puñetas, porque no voy a subir impuestos. No es el momento de cargarnos con más peso a la espalda así que no lo haremos. Pero voy a mantener los setenta mil empleos públicos. Y los servicios de la Sanidad y la Educación. Incluso contrataremos a más funcionarios. Y ayudaremos a los pequeños y medianos empresarios. Y a los autónomos. Y a los que pierdan su trabajo, se lo restituiremos”. Y la gente se meaba de la risa pensando que Rodríguez se había vuelto tarumba. Y dijo uno de ellos: “Maestro, aquí tenemos un saco con unas viejas y unas papas. Pero son pocas y somos muchos”. Y Román Rodríguez se acercó, se atusó el tupido bigote y puso sus dos manos encima del saco. Asombrados, los discípulos allí reunidos y muertos de hambre empezaron a sacar papas, salemas, abadejos y frascos de mojo rojo gomero con los que podían comer holgadamente miles de personas. Y un vale por quinientos millones de euros al año durante cuatro años. Y de ese milagro se acordaban dos mil años después.