La envidia es una encrespada dama que siempre pone en duda las buenas acciones y las convierte en perversas costumbres. Las personas que la padecen son la invención, que por desgracia, carece de argumentos y junto al fastidio encuentran su mejor incentivo. No, no todo lo que nos rodea es buena lectura, sí, la misma que al ser leída esparce sus argumentos y los convierte en sabiduría y enseñanza. Vivimos tiempos de abundantes contrastes. Creo que los percances, después de ser lágrima, tienden a convertirse en anhelo permanente... A diario podemos ver la mirada centelleante de la envidia. Y ahora, con las mascarillas, que solo se ven los ojos, aún más. Hay miradas muy bonitas, pero otras, son la ira que grita con las pupilas y encuentra en el silencio su más solvente contestación. Nos turba ver que otros tienen lo que nosotros quisiéramos, y al cruzarnos junto a lo cotidiano, enfurecemos sin motivos. Somos muy hipócritas: preferimos hacer el paripé que decir lo que pensamos. Muchas indignaciones (opinión subjetiva) son la envidia hundida junto a la frustración. Mal asunto (sonrío) ser tiniebla que vacila a la luz y sin motivos se enfurece al tenerla cerca. Nuestra forma de proceder atestigua lo que somos... No, de nada sirve renovar el aspecto exterior de las cosas, si lo interior huele a rancio. La envidia (en definitiva) es señal evidente de debilidad y en colaboración con la soberbia suele ser una gran paradoja.

Lo superior no debe generar dolores en el hombre corriente; siempre he pensado que junto al mérito ajeno puede estar el pretexto propio de aprender. Al final, aunque resulte difícil entenderlo, vivir también es renunciar. Igual es el momento de empezar a hacerlo... Junto a la serenidad la envidia muere de pesimismo. Al ser sustancia contenida en la inutilidad, ella sola se aniquila junto a lo sosegado y pacífico.