Una empresa es una idea cuyo valor está en manos de sus recursos humanos, directivos, empresarios y accionistas y esas, a su vez, componen el tejido productivo que posibilita un país sostenible y competitivo que genere riqueza y empleo.

Las empresas no solo necesitan a sus accionistas y a sus trabajadores, sino que los necesitan comprometidos al 100%.

Un mensaje de la empresa, institucional, reputacional o comercial, solo se emite en una cuenta publicitaria de alcance limitado, pero si se utilizan las de las personas vinculadas y comprometidas con la empresa, la capacidad de llegar a todos los consumidores y sociedad en general, crece de manera exponencial.

Si queremos hablar de presión fiscal, comparada con otros países de nuestro entorno, debemos entrar en la valoración de la eficiencia de nuestros recursos públicos. No son tan eficientes los presupuestos públicos si financian costes ineficientes.

No solo caben incrementos de impuestos y cotizaciones, ni recortes en el estado del bienestar, si antes no conseguimos un presupuesto eficiente y un tejido empresarial competitivo que genere, a su vez, un empleo de buen valor añadido y unas rentas de capital atractivas.

Parece que el gobernador del Banco de España ha comprendido la realidad económica del País, en su comparecencia ante el Congreso de los diputados, donde indicó que la economía está empezando a reactivarse de forma gradual, presentando algunas características relevantes y empiezan a aparecer indicios de que la pandemia pudiera generar algunos cambios estructurales.

Insiste en que las ayudas necesarias deben diseñarse e implementarse de manera acelerada, sin olvidarnos de evaluarlas a medio plazo para corregir el rumbo de aquellas medidas que no estuvieran dando el resultado esperado.

En esta segunda fase, la respuesta de la política económica que se aplique, tiene que combinar dos objetivos para apoyar la recuperación: no efectuar una retirada prematura de las medidas de apoyo y facilitar el ajuste de la economía al escenario que emergerá tras la pandemia.

En cuanto a las reformas estructurales, más allá de las necesidades temporales o de impacto, subraya la importancia de mejorar la dinámica de la productividad, mejorar el capital humano, Incrementar el capital tecnológico, reducir el desempleo y la precariedad del empleo, reducir la temporalidad del empleo, mejorar las políticas activas de empleo, afrontar el reto del fenómeno del envejecimiento poblacional y de las pensiones, reforzar las políticas de inclusión y de acceso a la vivienda, favorecer la transición hacia una economía más sostenible, mantener un sector financiero saneado, así como afrontar los nuevos retos estructurales tras el Covid-19.

Toda una declaración de intenciones, con una visión muy adecuada de la realidad económica.

No nos olvidemos que, si no aprovechamos las facilidades de Europa para hacer reformas profundas, más allá de reconstruir lo que el COVID-19 dañó económicamente, volveremos a una situación que nadie deseaba antes de la pandemia, con alto nivel de desempleo y baja productividad.

Entonces, habremos fracasado. Porque el interés individual no tiene cabida en esta sociedad y tenemos que levantarnos pronto. El mundo no deja de girar y es poco solidario con los vagones de cola.