Dentro de la Salud Pública, es de vital importancia conocer los mecanismos de transmisión de las enfermedades con la finalidad de prevenirlas y controlarlas.

La importancia de esto, en el contexto de la prevención de la covid-19, la encontramos en lo que en epidemiología se denomina "cadena epidemiológica". Se trata de una serie de eslabones que existen en el proceso de transmisión desde un agente hasta el huésped. Es decir, la infección es consecuencia de la interacción entre estos elementos (el agente, la vía de transmisión y el huésped), siempre que no sean interrumpidos.

El lavado de manos es un procedimiento que los profesionales de la salud cada vez tenemos más interiorizado por su demostrada eficacia. A mediados del siglo XIX, el médico Húngaro Semmelweis llegó a la conclusión de que en las manos de los médicos y estudiantes de medicina había "partículas" de los cadáveres con los que realizaban sus prácticas de anatomía, que eran transmitidas a las mujeres en el momento del parto en caso de ser atendidos por este personal y que causaba la fiebre puerperal. Aunque en gran medida sus aportaciones fueron ignoradas inicialmente, tras su fallecimiento sentó las bases de futuras investigaciones.

En los tiempos que corren, se ha hecho un esfuerzo para que la población general asuma esta práctica como algo habitual dentro de su rutina. Y una cosa es cierta: este procedimiento ha venido para quedarse. Tanto es así, que desde 2008, la propia OMS celebra en todo el mundo con un importante despliegue el Día Internacional del Lavado de Manos en el ámbito sanitario el 15 de octubre, consciente de que es la medida más importante entorno a la seguridad de los pacientes.

Concretamente, el lavado de manos incide sobre la cadena epidemiológica, lo cual hace que la interrumpamos, y por tanto el agente causal no llegue al huésped susceptible.

Por otra parte, en relación con la prevención de contagios, el uso de guantes y mascarillas también son elementos que pueden incidir en la cadena epidemiológica. Pero en este sentido es importante tener en cuenta que este tipo de elementos deben ser usados de manera correcta, ya que, de lo contrario pueden convertirse en un elemento peligroso.

Hablamos de la "falsa sensación de seguridad", la cual nos puede llevar a realizar actos poco prudentes de una manera inconsciente ante nuestra sensación de estar protegidos. Acciones como tocarnos la cara, recolocarnos la mascarilla por la parte delantera, tocar una barandilla o acceder al interior del vehículo o a nuestra propia casa con los mismos guantes con los que hemos hecho la compra, pueden ser algunos errores usuales que esta falsa sensación de seguridad nos puede llevar a cometer. Por no mencionar lo inútil e ineficaz que resulta el uso de guantes no adecuados y que no suponen una barrera para la protección que necesitamos. Por tanto, no olvidemos que el elemento fundamental sigue centrándose en la higiene de manos tanto con agua y jabón como con soluciones hidroalcohólicas.

De igual manera, se ha evidenciado ciertos errores a la hora de usar la mascarilla. Dentro de los más usuales encontramos: permanecer con la misma mascarilla más de cuatro horas, o reutilizar o desinfectar aquellas que no están diseñadas para ello; manipulación incorrecta de la mascarilla: llevarla sobre la cabeza, en la muñeca, bajo la barbilla, o incluso retirarla para hablar; no ajustarla adecuadamente a la nariz y boca; tocarla mientras la llevamos puesta, y quitarla de manera errónea o no realizar un lavado de manos antes y después de usarla.

Se trata, en general, de elementos que nos pueden proteger de posibles contagios, o de contagiar principalmente a los grupos de población más vulnerable. Pero un mal uso de los mismos podría llegar a exponernos. Por tanto, junto con el uso correcto de este tipo de elementos primordial continuar con los dos pilares fundamentales: el lavado de manos y el distanciamiento social, o uso de mascarilla cuando no lo podamos garantizar.

(*) Coordinador del Grado en Enfermería en la Universidad Europea de Canarias