Cuando el mundo se reducía a mi calle, la vida tampoco era sencilla. Había que hacer mucha política a fin de conservar los equilibrios necesarios para la convivencia. Convivir consiste fundamentalmente en que la sangre no llegue al río. Los etólogos hablan con frecuencia de la agresión intraespecífica, que es la que se da entre los animales de la misma especie en la defensa de un territorio en el que los recursos son limitados y en el que no caben todos, aunque sean hermanos. La lucha por defender ese territorio es dura, pero con frecuencia se limita a una representación en la que ningún individuo llega a utilizar sus colmillos. Procuran no hacerse más daño del necesario. Evitan matarse.

En los seres humanos conviven dos tendencias en apariencia incompatibles: la cooperación y la agresión. El amor y el odio. El encuentro y el desencuentro. No pasa nada siempre y cuando los gestos de enemistad se reduzcan a la representación teatral. Y para eso están precisamente los partidos políticos, el parlamento y demás instituciones democráticas: para que la agresión intraespecífica no alcance unos niveles que se traduzcan en daños físicos irreparables. De ahí que los políticos, mejor que nadie, deban conocer los límites de los ataques verbales, pues algunos alcanzan tal intensidad que de ellos al estacazo o a la pedrada no queda más que un paso.

Durante los difíciles días del confinamiento hemos asistido a demostraciones de cooperación y de agresión. Los aplausos dados a los sanitarios, cuyo comportamiento ha sido heroico, eran una muestra de lo primero, mientras que las caceroladas eran una muestra de lo segundo. El equilibrio ha sido razonable pese al odio que han intentado inocular en la sociedad algunos de nuestros representantes. Pero la sangre, afortunadamente, no ha llegado al río. El verano debería constituir una etapa de reflexión sobre los límites de la agresión intraespecífica entre los seres humanos. Estos días de calor me traen a la memoria las calles de mi infancia donde los niños y los adultos hacíamos política las 24 horas de la jornada para llevarnos bien. Y lo conseguimos, lo logramos. De hecho, crecimos cooperando, ayudándonos. Y cuando nos retábamos, era pura comedia.