Necesitamos imperiosamente llegar al próximo día 13 para que se vote la moción de censura y tengamos alcalde o alcaldesa para los próximos tres años. Primero, debe evitarse que Patricia Hernández inaugure un geranio el próximo jueves o viernes pero, sobre todo, que se vuelva a respirar. Porque todo esto ya es un esperpento insoportable donde la peor parte es responsabilidad principal de Hernández, sus consejeros áulicos (entre los cuales no hay ningún Goethe) y su élfica pibada que haraganea en Twitter. En el fondo no hay nada nuevo: los relatos, las recoverías y las estratagemas son las que han caracterizado a la alcaldesa, exvicepresidenta, exdiputada y exsenadora desde el comienzo de su carrera y hunden sus raíces en los orígenes de su educación política.

Entre los últimos años del pasado siglo y primeros del actual se crío en Tenerife una promoción de militantes de las Juventudes Socialistas que supuso una verdadera renovación dispuesta a proyectarse, con cierta ansiosa velocidad, en un PSOE que por entonces atravesaba años críticos. Son los chicos y chicas que se hicieron socialistas bajo la situación cuasihegemónica de CC en lo político y lo electoral. Eran muy jóvenes, estaban descontentos y supuraban ambición y energía, pero nadie les hacía demasiado caso, salvo uno de los dirigentes más inteligentes del PSOE canario en el último medio siglo: Santiago Pérez. Fue él quien decidió asociarse con los pibes y obtuvo su apoyo para ser elegido secretario general del PSOE de Tenerife en el año 2001. Menos de un año después Patricia Hernández se convertía en la secretaria general de las Juventudes Socialistas de Tenerife, donde mantuvo mando en plaza hasta 2008. Por ahí estaban o estarían otras promesas socialistas: José Ángel Martín Bethencourt, el patricista más fiel y que le debe a la lideresa hasta el modo de caminar; Nicolás Jorge, exteniente alcalde de Granadilla de Abona y ahora controvertido asesor en el ayuntamiento de Arona, y José Julián Mena, el alcalde asesorado. Hay que sumarles otros, pero a la mayoría Pérez los llamaba sus coroneles. Eran casi todos cuadros y militantes con escasísima o ninguna experiencia laboral en ese raruno mundo exterior repleto de currantes y parados. Quizá no supieran hacer gran cosa, pero el maniobrerismo en el partido lo bordaban admirablemente. Su objetivo no era renovar el PSOE, sino dirigirlo, controlar las candidaturas, superar primarias y ganar (de una maldita vez) elecciones.

Y en esos viejos odres del aparatismo feroz de los coroneles se vertieron las enseñanzas santiaguistas. CC no era un partido, sino una organización criminal y/o criminógena. Ganan elecciones porque lo corrompen todo. Le gente está alienada, lean a Marcuse y entenderán por qué no nos votan en Barranco Grande. Ante tal expresión de maldad es lícito cualquier medio para que triunfe el Bien. Si ellos mienten por pérfidas razones, ¿por qué no vamos a mentir nosotros por razones buenas, generosas, llenas de amor y confianza en un futuro para todos? CC es una anomalía democrática que debe ser expulsada de las instituciones. Ese discurso del todo o nada, del combate vikingo final donde se juega el Valhalla, de la estigmatización moral del adversario político, de la misión sagrada de la izquierda de ganar para siempre a una derecha caciquil que lleva gobernando en su fantasía desde Fernández de Lugo, por lo que aplastar a CC es ganar por fin la guerra civil. Una doctrina que al mismo tiempo es una estrategia política. La que hoy oscurece moralmente Santa Cruz.