Un artículo publicado ayer en un periódico español hace referencia a un aspecto crucial en el ejercicio de la opinión en la prensa diaria, su control, la verdad objetiva, el concepto de claridad moral y, algo tan crucial en la construcción de las sociedades democráticas -y, al mismo tiempo, tan evanescente- como es la libertad de expresión. Es posible que si se juntan todos esos condimentos se compruebe que, para que el guiso resulte digerible, se requieran unas precisas condiciones de cocción y una receta inteligente, basada en una combinación de todos ellos. En los medios, información y opinión son áreas que pueden convivir, pero nunca manifestarse independientemente la una de la otra, porque el producto es el resultado de la creación humana, sujeto a la influencia de diversos componentes. Por supuesto, ninguno de ellos estará al margen del modesto y, seguramente, equivocado análisis que pueda expresarse en esta columna. En el artículo citado, con motivo de la dimisión del director de opinión del New York Times, se llamaba la atención de un triunfo del "activismo sobre el periodismo", en lo que el autor consideraba una amenaza creciente a la libertad de expresión. La dimisión del hasta entonces responsable de opinión del diario citado, se produjo como consecuencia de la presión de la redacción por haber autorizado la publicación de un artículo de un senador republicano, en el que se apoyaba el uso del ejército para frenar las protestas en la calle desencadenadas por la muerte del ciudadano negro George Floyd, estrangulado bajo la rodilla de un policía blanco. El autor del artículo mencionado al principio manifiesta su opinión de forma sutil, no al poner encima de la mesa los diferentes elementos del conflicto -que incluyen la posición de la mitad del pueblo norteamericano, el dilema entre subjetividad y objetividad, o la ubicación moral e ideológica de cada medio y cada articulista-, sino al calificar a los componentes de la redacción del New York Times, opuesta a la difusión del punto de vista del senador, como parte de "las hordas que imponen su causa, por justa que sea, sobre la libertad de expresión". Es probable que este sea el punto crucial del debate. Por un lado, respecto a quién decide la línea editorial y, consecuentemente, autoriza o no la publicación de opiniones diversas; por otro, a cuáles son los componentes que definen la moralidad de los contenidos, aceptando que no existe ningún órgano salomónico capaz de dirimirlo, y que ello será, finalmente, el resultado de un compromiso entre la honradez, el oficio y el compromiso. En lo que parecía su despeño hacia la desesperación y reflejaba angustiosamente el dilema, Larra lo expresó mejor que nadie: "Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla... Porque no escribe uno ni siquiera para los suyos. ¿Quiénes son los suyos? ¿Son las academias, son los círculos literarios, son los corrillos noticieros de la Puerta del Sol, son las mesas de los cafés... son los que despojan o son los despojados?".