Patricia Hernández anunció ayer medidas legales contra "todos los que afirmen que ha amenazado a alguien". Lo hizo tras publicar El Día algunos cortes de una conversación suya -probablemente con un colega de Evelyn Alonso, a quien usó para el recado- en las que la alcaldesa se desfoga advirtiendo a su nueva concejala del sufrimiento que va a padecer si vota la moción de censura, y que si eso ocurre no va a poder seguir viviendo en Santa Cruz. Después de ese anuncio, que hará que tenga que gastarse durante años el sueldo en abogados, una Patricia Hernández mejor asesorada y más tranquila, reconoció ayer en la tele canaria (que, por cierto, no dio la noticia de las amenazas en su informativo, pero si el mentís de Hernández de haber amenazado a nadie) que las cosas que dijo sobre Evelin Alonso "muy bonitas no son, pero es una conversación privada". No miente la alcaldesa, las frases no son muy bonitas, y las dijo en el contexto de una charla privada. Eso quizá evita considerar las afirmaciones delictivas, pero el mero hecho de que se produjeran, incluso en el contexto coloquial de una charla no realizada para ser divulgada, no exime a la alcaldesa de sus pecados capitales, entre ellos la ira y la soberbia, y del pecado político de la imprudencia.

Ira y soberbia demuestran que la alcaldesa no ha entendido que la democracia se basa en las formas y las palabras. Cuando sufres una moción de censura, te guste o no, es porque has perdido la mayoría para gobernar, y hay una mayoría alternativa. En democracia cualquier mayoría tiene legitimidad para gobernar, aunque algunas repugnen. Ella eligió hace justo un año montar una poco sólida mayoría basada en la traición de votar contra las instrucciones de tu partido, a cambio de participar en el Gobierno con cargos y salarios. Eso es lo que hicieron la señora Zambudio y Juan Ramón Lazcano, convertidos en héroes de la dignidad por el coro mediático montado en torno a la operación, y por la eficiente y activa escudería de redes sociales que orbita hace años en torno a Patricia. Lo que pasa es que en esta ocasión, la alcaldesa es la perjudicada, no la beneficiada. Ahora a ella le han hecho lo mismo que ella le hizo a Bermúdez, ganador de las elecciones. Exactamente lo mismo. Bermúdez ha construido otra nueva mayoría con una nueva concejala que ni se ha tomado la molestia de hablar con la dirección de Ciudadanos, demostrando lo que ocurre cuando premias a los que se pasan las órdenes recibidas por el refajo: que te pierden el respeto todos, empezando por los tuyos.

Patricia Hernández intenta ahora quitarle importancia a un episodio de mal perder que mancha su biografía. Lo que ella hizo no es amenazar a nadie, dice. Quizá muchos la crean, pero lo que Patricia dijo sobre Evelyn no fue fruto solo de un calentamiento de boca: llevaban días adelantándolo -exactamente con las mismas palabras- sus acólitos en las redes sociales. Y fue ella misma la que montó el septiembre de 2017, tras su salida del Gobierno, un cirio inenarrable a cuenta de una intervención parlamentaria en la que su ex socio -Fernando Clavijo-, se quejaba sin citarlo de la actuación del subdelegado del Gobierno en la crisis de las microalgas, y decía que "ya le llegará el recadito". Hernández acusó muy enérgicamente a Clavijo de haber proferido "amenazas intolerables". El vídeo, que circula en twitter, corrobora la verdad científica de que todo se ve "del color del cristal con que se mira".