Los griegos, que eran unos cachondos, pensaban que existía un orden natural, un equilibrio en el mundo de los humanos, que estaba marcado por los límites que imponía el gobierno de los dioses y las moiras: o sea, el jodido destino. La hibris era el desatino de algunos que querían quebrantar esas leyes, saliéndose del tiesto.

En Canarias estamos en el camino de una hibris social sin precedentes. Todo está sacudido por las convulsiones de la política, reflejo de una sociedad crispada, donde no existe ningún consenso sobre nada, sino un permanente enfrentamiento entre poderes. Los nacionalistas de Coalición, que han terminado de lamer sus profundas heridas, están volviendo en la ola de una crisis socioeconómica que va a sacudir el precario equilibrio de poderes que hay en las islas. Pero más que por sus méritos, su regreso cabalga en la adversidad ajena.

El Gobierno de Canarias está cogido por los pelos. Lleva un rumbo de colisión, tan claro como inevitable, hacia una pobreza que no está en sus manos solucionar. Sin un plan de rescate del Estado, el presidente Torres, ejemplo donde los haya de resiliencia, no conduce una embarcación, sino una balsa que flota a la deriva. Una en la que van algunos que, si sigue el caminar de la perrita, terminarán lanzándose al agua antes de llegar a la catarata de la miseria.

Nadie quiere estar en un gobierno indigente. Uno que al que solo le quede morderse las uñas mientras Canarias supera el medio millón de parados y asistir al espectáculo del desplome del bienestar. El grave error de estrategia del pacto que nos gobierna, cuya buena voluntad social nadie puede discutir, es que sigue confiando en algo que no va a pasar. Madrid no nos va a lanzar un salvavidas porque no estamos en la agenda y porque el Gobierno de España está ocupado en sofocar demasiados incendios políticos y económicos como para prestarle atención a un silencioso territorio que no está provocándole ningún conflicto. Niño que no llora no coge presupuestos.

El tiempo va pasando. Y los planes y promesas se van a convertir en papel mojado. El Estado está cumpliendo en Canarias, como en el resto de los territorios, aportando el dinero de las pensiones, de los ERTE, del Ingreso Mínimo Vital y del reparto de los fondos para los sobrecostos del coronavirus. Pero la asfixia de Canarias es estructural. Sin el riego del turismo, estas islas se secarán como un cardo borriquero. Con la caída de visitantes se desplomarán la agricultura y la industria. Y además del mercado interior estamos perdiendo exportaciones. Se cerrarán miles de empresas, se reducirán los ingresos públicos y viviremos, en el otoño, una crisis como jamás hemos padecido. Ojalá me equivoque de medio a medio y tengamos el mejor año turístico de nuestras vidas. Pero lo dudo mucho.

Si no empezamos a demandar, todos, un rescate para Canarias, con nombres y apellidos, el acuerdo de gobierno, en unos meses, será efectivamente un pacto de las flores. Pero de las flores de un cementerio.

Viéndolas venir

El vicepresidente, Román Rodríguez, le ha comprado al consejero de Hacienda -o sea, a sí mismo- una camisa tres tallas más grande. Y no es porque haya engordado. Tiene la suficiente experiencia para saber hacia dónde va esta sociedad de nuestros desamores. Cuando dice que lo que puede pasar en las islas es una tragedia no hace más que expresar una evidencia: como le ocurre a cualquier persona que ha perdido su trabajo, Canarias ha sido despedida y está en el paro. No vamos a poder vivir de la forma en que vivíamos. No este año. Y existen serias dudas de que podamos hacerlo el año que viene. Para poder escapar necesitamos que nos transfieran los fondos suficientes para mantener el estado del bienestar. O que, en su defecto, nos dejen endeudarnos hasta las trancas. Porque si no se hace alguna de estas dos cosas, estamos más muertos que Carracuca. El Gobierno de Canarias está haciendo filigranas para poder escapar con lo puesto. Pero hay límites para la ingeniería contable. Detrás están los Cabildos y los Ayuntamientos, desesperados. Y miles de pequeñas empresas y autónomos y parados, haciendo presión y pidiendo unas soluciones que nadie les puede dar. El dinero de Europa no llegará hasta mediados del año que viene y habrá que ver lo que llega a las islas. Las medidas hay que aplicarlas ya, porque la caída por la cuesta abajo social y económica es como la de una montaña rusa. Eso es lo que ve un día sí y otro también Rodríguez.