A nadie le gusta que le echen de un sitio. Da igual que sea de una junta de vecinos que de un gobierno. Sienta como un tiro. Pero son las reglas de esta democracia nuestra: si no tienes la mayoría a tu favor terminas vistiendo santos.

De todos los argumentos estrambóticos que he escuchado de la futura moción de Santa Cruz, el más divertido es que una censura tiene que estar motivada por una mala gestión. Si fuera por eso, ¿por qué se sumaron Ciudadanos e Izquierda Unidad a la censura contra Carlos Alonso en el Cabildo, cuando apenas llevaba unas semanas en el cargo? Pueden decir que era una censura a su mandato anterior, pero la presentaron con el PSOE, que fue el socio de gobierno con Alonso. ¿Era solo media censura? Más bien, media cara dura. La única verdad comprobable es que los políticos pueden explicar una cosa y su contraria sin despeinarse.

Lo que han acordado Coalición, PP y Evelyn Alonso es justo lo que parece: echar a los otros para ponerse ellos. Lo mismo que pasó en el Cabildo. Lo mismo que ha ocurrido en tantas partes tantas veces. Sin más historias, ni más zarandajas. Quítate tú para ponerme yo, que es lo que hacen todos los partidos, aunque unos le pongan el azúcar y otros la hiel dependiendo de si entran o si salen. Ahora, Ciudadanos, ese partido que se había muerto, ha iniciado expediente de expulsión de Evelyn Alonso, por votar contra el PSOE igual que hace un año inició otro contra dos concejales por votar a favor. Cabe deducir que lo realmente peligroso, en Naranjolandia, es votar. Nunca se ponen de acuerdo.

La salida de Patricia Hernández de Santa Cruz está derivando hacia un relevo a cara de perro. El PSOE ha decidido elaborar un comprensible relato victimista: los echan porque estaban levantando las alfombras. Va a ser que realmente los echan porque han perdido la mayoría. Porque si no fuera por eso, estarían como Aladino, toda la legislatura en un alfombra voladora. Pero la manera de contar la realidad siempre es subjetiva. Lo que sí deberían evitar es la tentación de transformar algo dolorosamente democrático en un proceso lleno de enfrentamientos personales. No es así como se debería escribir esa pequeña historia.

Lo bueno, si es breve, nunca es dos veces bueno. Resulta muy humano que a los socialistas les siente como un tiro que los echen al año de llegar. A Bermúdez se le puso la cara como la tapia de un cementerio cuando le volaron el bastón de mando en las narices. Pero se lo tragó con papas. Las derrotas jeringan, pero la salida temporal del poder no puede ser un espectáculo lamentable. Empezar ahora una campaña electoral a tres años vista con tanta crispación es una decisión equivocada, que rompe puentes y envenena las relaciones. Convertir el relato de la censura en Santa Cruz en un circo bochornoso será un error. Pero me temo que vamos camino de un relevo muy poco elegante. Para mal.

Un botón de muestra

Como bien sabe cualquier familia, cuando los ingresos bajan no queda otra que bajar los gastos. En las economías domésticas, la pérdida de ingresos somete a la contabilidad del hogar a una profunda revisión porque hay que garantizar el pago del alquiler, de la hipoteca, de los créditos, de los gastos fijos de luz, agua, teléfonos o colegios. ¿Y qué pasa cuando un a un país le pasa lo mismo? Un moderno Estado no es una familia. Maneja -casi- la política monetaria y la fiscalidad. Pero, sustancialmente, si gasta más de lo que ingresa de manera permanente se adentra en una carretera muy peligrosa. España ha subido este año un 2% los salarios de los empleados públicos, lo que sumado al alza de 2019 supone casi 5.000 millones de incremento. Ha aumentado los gastos sociales, en cuestiones como las pensiones y en el Ingreso Mínimo Vital. Se ha disparado el gasto del paro y los ERTE. Y se han incrementado las aportaciones a autonomías ‘estratégicas’, como Cataluña, Navarra y País Vasco, importantes para mantener las alianzas políticas. Y, sin embargo, se sigue recaudando muy por debajo de los gastos del país. Ingresamos menos y gastamos a manos llenas. El Congreso de los Diputados ha pagado casi dos millones en dietas a los parlamentarios durante los dos meses de confinamiento por el Covi-19. Para muestra un botón. Y ¡Viva la Pepa!