El final del mes de junio tiene referencias en el santoral cargadas de múltiples significados y de relaciones con nuestra cultura popular. El cambio de estación y el solsticio de verano hacen que la fiesta de San Juan haya tenido vínculos con el fuego, con las hogueras, con la quema de lo viejo y la renovación de la vida ante lo que está por venir. Aunque este año hayan estado prohibidas por evitar el peligro de las masificaciones desprotegidas en la nueva normalidad, todos recordamos el olor a humo, el chisporroteo de fuego en la víspera del 24 de junio.

Siempre es bueno buscar un momento para poner punto y final, para limpiar los armarios, para tirar la basura. Vamos acumulando tantas cosas innecesarias que ocupan un espacio que no les corresponde. No solemos ponernos toda la ropa que tenemos, ni leemos todos los libros que están en las estanterías de nuestras bibliotecas. El apego y el cariño nos impiden soltar el lastre de tantas cosas superfluas que se convierten en una verdadera cárcel espiritual. Por eso les quiero contar lo que este año deseé quemar, tirar a la hoguera virtual, que fue la única en la que se pudo quemar algo. O sea, que quería desprenderme de algunas realidades e hice una terapia teórica. Y la comparto por si acaso fuese útil para limpiar el armario espiritual de algún lector:

Quise tirar al fuego de la hoguera de San Juan, aunque no lo conseguí del todo, aquellas cosas que me rodean y que no usos. Cosas que me hablan del pasado, de recuerdos, de momentos que ya no volverán. Cosas que impiden limpiar las mesas y los muebles, que me esclavizan e impiden que mire al presente cotidiano que es lo único que nos queda tras el paso de los instantes.

Quise tirar al fuego de la hoguera de San Juan muchos sentimientos que me estorban. Muchos de ellos negativos por vestir la rabia y el dolor, como efecto de incomprensiones y valoraciones que percibo como injustificadas. Sentimiento que solo sirven para que el ayer deje de ser maestro y se convierta en padrastro.

Quise tirar al fuego de la hoguera de San Juan las supuestas seguridades que vamos construyendo como muros protectores y que tras su crecimiento esforzado se revelan como cárceles de la libertad. Nada es seguro y lo que lleva su nombre es una falsificación que miente pretendiendo lo que no puede.

Quise tirar al fuego de la hoguera de San Juan todos mis miedos y temores, con apariencia de prudencia pero paralizantes. En este momento la hoguera lanzó un fuerte fogonazo reconociendo la enormidad de los mimos y su seca naturaleza que han secado también numerosos brotes verdes de esperanza.

Quise tirar al fuego de la hoguera de San Juan los proyectos inacabados, las ilusiones frustradas y las intenciones diferidas. No porque no quisiera que funcionasen, sino porque hay cosas que no funcionan independientemente de mi voluntad. Y vamos acumulando frustraciones que necesitan arder a fuego lento. Y, con ellos, las ilusiones imposibles. ¡Qué necesidad de vivir de lo que no es posible!

Quise tirar al fuego de la hoguera de San Juan, finalmente, las relaciones tóxicas, asfixiantes, indomesticables, hirientes… Pero no ardían. No sabía por qué ocurría esto de manera especial. Todo ardiendo menos esto. Y descubrí que las relaciones personales no arden en ese fuego. Solo se pueden quemar en la hoguera del amor. Si no las amo no van a desaparecer, o solo las hace desaparecer una despedida sin odios ni reconoces.

La catarsis fue el deseo. San Juan hizo arder de nuevo la esperanza.

(*) Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife