No eran las cinco de la tarde. Pero como si lo fueran. En el albero se escuchaba el ruido de los pasos del peligro, que siempre anda de puntillas. Entraron los morlacos, pasada la hora señalada, como es costumbre. Veintisiete, de la famosa ganadería de Santa Cruz. Y llamativamente, entre ellos, la nueva, que era vieja. Porque Evelyn Alonso ya había sido concejal de Ciudadanos de la capital. Cuatros años. Luego le dieron una palmadita en la espalda, le pusieron dos primeras espadas por delante y la mandaron al burladero, que, en su caso, tenía doble sentido.

Pero la plaza de la vida es redonda. Solo hay que caminar unos pasos para acabar en el mismo sitio. Y los pájaros -recuérdalo, amigo parlamentario- siempre acaban pasando alguna vez por delante de las escopetas. Y entonces las sonrisas son puñales y la memoria veneno. Evelyn Alonso salió de la oscuridad del patio de cuadrillas rodeada de gente, pero muy sola. Así nacemos y así morimos. Y más vale que lo vayamos aprendiendo. Desembocó en el venerable salón de plenos de Santa Cruz, hollado por tanta pezuña, y por primera vez respondió brevemente a las preguntas de la prensa. “No es momento para hablar de mociones de censura”.

La mujer que surgió del frío venía con capote, pero sin espada. No vengo a matar a nadie, dijo. Pero la alcaldesa, Patricia Hernández, miraba el salón dándose cuenta de que los asientos de los concejales están tapizados de rojo. Por algo será. Alonso miraba con ojos limpios y con una bonita sonrisa a todo el mundo, menos a una. Antes de entrar en el pleno, Matilde Zambudio, la exconcejal de Ciudadanos, que fue expulsada de Ciudadanos por desobediencia y por hacer lo que ahora quiere Ciudadanos que se haga aunque antes no quería -Rajoy era un profeta con lo del ciudadano que los ciudadanos quieren que sea alcalde-, hablaba en nombre de ese partido que ella dijo que estaba muerto para certificar que Evelyn Alonso iba a ser obediente. O sea, no como ella. Y ahí queda eso.

Como al que está agarrado de una frágil planta en la vertical de un abismo y le dicen que va a aguantar. Así le sonaba a un concejal socialista, que le dijo a un amigo “hoy en vez de naranjada vamos a tomar limonada”. Un profeta. Evelyn Alonso le dio el codo a todo el mundo. Con Zambudio pareció casi un codazo. Sonaron los clarines y los timbales y empezó la corrida. Y justamente cuando quiso y en el tema que quiso, el destino derrotó, metió hocico de izquierda a derecha y entró con el pitón peligroso, clavándole una cornada a la mayoría por el arco del triunfo.

Era un natural. El cuerpo recto y el brazo extendido. La torpe e inexplicable liquidación de un programa de ayuda para Miguel Rodríguez Fraga y muchas otras personas mayores -llamado Ansina- perpetrada por la facción yihadista contra la mortadela del Cabildo de Tenerife. La oposición olfateó el cabreo de los ancianos y se alineó para afear la medida. Fue entonces cuando la nueva concejal levantó la mano contra el gobierno. Había llegado el zasca. Y con una inteligencia muy desaprovechada, para que la anunciada tragedia se convirtiera en tragicomedia, el concejal de Izquierda Unida que está Unido en Unidas Podemos, Trujillo, votó también en contra. Porque, al hombre, los viejitos le llegan al alma.

Evelyn Alonso llegó, vio y votó como le dio la gana. Exactamente tal y como tenía pensado. Demostró que catorce menos uno son trece (y cuanto más al norte, más frío). O sea, que sin ella no existe mayoría para gobernar. José Bermúdez, con blanca languidez, miraba a Patricia Hernández como miran los gatos a los canarios.

Los puntos del orden del día fueron pasando. El sol se paseó por los tendidos con tediosa lentitud. “Aquí no pasa nada”, dijo un monosabio primavera. Y luego, por la tarde, los concejales de Coalición Canaria y el Partido Popular se fueron con Evelyn Alonso hasta un notario para firmar una moción de censura. Porque por la tarde no es por la mañana. Porque así son los toros. Y porque el que nace lechón, muere cochino.

El recorte

Que el dinero llegue. Dieciocho mil millones para el Plan de Reactivación de Canarias. Cuatro mil doscientos para ayudar al turismo español. Dieciséis mil para compensar los gastos del Covid-19. Ocho mil millones para el Ingreso Mínimo Vital... ¿Hasta cuándo, Catilina, van a seguir tomándonos la pelambrera? Los políticos anuncian lluvias de millones a troche y moche y da la sensación de que estamos nadando en medio de un cardumen de billetes de cien euros que se comportan igual que un banco de sardinas: están ahí por miles de millones pero no puedes coger ninguna con la mano. Para las familias que tienen dificultades para sobrevivir el asunto tiene muy poco de gracioso. Todo son ruedas de prensa, titulares y anuncios, pero cuando quieren pedir una ayuda las oficinas están cerradas, los procedimientos que les exigen son eternos y las listas de espera el único pan suyo de cada día. Para cobrar una ayuda de cuatrocientos euros tienen que atravesar un camino de obstáculos. Estamos aún a comienzos del descenso a los infiernos. Los trabajadores de la Seguridad Social dicen que ellos no pueden con la carga que tienen. Los de Asuntos Sociales de Canarias han demostrado que no pueden sacar adelante la dependencia, la PCI o el ingreso canario de urgencia. ¿Qué van a hacer cuando la gente que pide ayuda se multiplique por diez? ¿Por qué no se descarga trabajo en los cabildos y ayuntamientos? Peor incluso que no haya dinero es que haya y que no llegue a la gente.