El Gobierno no descarta decretar un nuevo estado de alarma. El Gobierno está para eso, para decretar cosas, ya de antiguo. Se levanta uno y alguien ha dictado un decreto. Esto siempre. Aquí y ahora pero también en la Francia del siglo pasado, en Suiza o en el Portugal de hace una semana. Nos van decretando la vida y vivir es ir esquivando algunos decretos, que te dejan quieto por decreto. No obstante, esta advertencia hay que tomarla con conciencia y tener precaución. No es necesario rozarse con nadie, ni atestar lugares, ni ir sin mascarilla. Los que se quejaban de que el estado de alarma duraba mucho ahora lo empiezan a pedir, lo cual nos causa alarma. Y eso que uno ha decretado no alarmarse demasiado en la vida, que siempre trae lo inesperado. El Gobierno dice que hay doce rebrotes activos en España. Y una vez dicho esto afirma que "todo está controlado", dato este que es el que nos puede inducir de verdad a la alarma: un Gobierno, estatal o autonómico, nunca dirá que lo tiene todo descontrolado, pese a que en algunas políticas nacionales o regionales ha imperado lo que podríamos calificar de caos. En las residencias de ancianos por ejemplo. Quien tenga síntomas ha de ir rápido al hospital o llamar a los teléfonos habilitados. Esto sirve para el coronavirus o los infartos, claro, también para el mareo inesperado, la tortículis aguda o un atropello en la vía pública. O sea, ha de gobernar el sentido común, que pugna duramente contra los gobiernos por imponer sus decretos. Nos alarma que la economía no remonte y ahí está el dilema para los gobernantes. No para uno: lo primero es la salud. En concreto, la de la familia, después la propia. Recemos (guardando la distancia de seguridad) para que no haya más rebrotes y para que el único respingo sea por despertar súbitamente de la siesta y no ver a Jordi Hurtado, por descubrir que se ha terminado la leche o por recibir una patada en la espinilla. Todo el mundo tiene ganas de pasar página, pero hay algunos que ni llegan a abrir el libro. La pandemia se expande por el mundo y no se frena por decreto, instrumento éste que es verdadera pesadilla de los opositores, leguleyos y escribas, que han de ir aprendiéndoselos cada vez que salen. Decretamos el fin de esta columna con el deseo de que no haya rebrotes. La culpa puede ser de todos. Alguno puede estar deseándolo. En cuanto suceda va y la arma.