Entre las muchas consecuencias de la pandemia del covid-19, una muy destacada ha sido la necesidad de recurrir a los soportes digitales para desarrollar enseñanzas online, ante la imposibilidad de realizarlas de modo presencial.

El uso de las nuevas tecnologías no es algo nuevo, sino un proceso que ya había ido penetrando progresivamente. No se trata solo de un cambio en los soportes, sino que supone un hecho disruptivo que cambia el discurso de una educación que no se encuentra ya atada a una específica localización y cuya provisión se desacopla de restricciones relacionadas con el espacio y con el tiempo.

En particular en el ámbito universitario, ello provoca, además, profundas transformaciones en el modo de participar en la educación, con cambios en la presencialidad y dedicación residencial y a tiempo completo, con extensión a la formación a lo largo de toda la vida, y con estudiantes que tomarán cursos de distintas instituciones, con diversas modalidades y estrategias.

Lo que la crisis del covid-19 ha hecho es acelerar e intensificar esos cambios que estaban en marcha y ahora nos enfrenta a una cuestión tan decisiva como el modo de organizar la educación, en todos sus niveles, desde el inicio del próximo curso. No es, desde luego, una decisión sencilla que, por lo demás, está amenazada por múltiples riesgos: el de actuar sin la debida reflexión; el de sucumbir ante falsos dilemas entre la presencialidad y el online; el de adoptar posiciones excluyentes que nos sitúen en uno de los extremos sin explorar el territorio híbrido en que ambas modalidades necesariamente han de encontrarse. Para tratar de evitar esos riesgos, me atrevo a proponer un decálogo de principios que pudiesen servirnos a modo de tentativa guía.

1º. No cabe concebir ya el desarrollo de las enseñanzas sin la utilización de las nuevas tecnologías, pero la presencialidad es insustituible en el proceso educativo.

2º. Se educa por contagio. Hay que preocuparse por enseñar más, pero sobre todo por educar mejor. Las enseñanzas tienen un valioso aliado en las tecnologías. La educación requiere un ambiente de relación.

3º. Lo híbrido no es rotar períodos presenciales y online, sino mezclar permanente ambos sistemas. Lo presencial debe utilizar las nuevas tecnologías y el online no debe suponer lejanía y tiene que acompañarse siempre de presencias.

4º. Digitalización no es hacer lo mismo de siempre, pero a través del ordenador. Hay que preguntarse, sobre todo, acerca del qué y el cómo de las enseñanzas, para modernizar y adaptar métodos y contenidos.

5º. Los soportes son importantes, pero hay que saber qué hacer con ellos. Ese es el liderazgo fundamental que ha de ejercer el profesor, para no dejarse arrastrar por esos soportes sino para saber orientarlos y conducirlos en el proceso educativo.

6º. Los profesores continuarán siendo siempre la pieza básica y el elemento decisivo del proceso formativo.

7º. Pero su papel ha de ser redefinido y combinar simultáneamente funciones de maestro, guía, prescriptor, acompañante e incluso influencer. Será decisivo, además, lo que enseñe de sí mismo.

8º. Los cometidos del profesor serán más amplios, diversos y complejos y requerirán, por ello, mejor organización y más recursos.

9º. No hay que desterrar las clases magistrales. Las que hay que desterrar son las que no lo son. El conocimiento ha iniciado un imparable proceso de deslocalización, y precisamente por ello se acentúa la importancia de los elementos que solo pueden ofrecer la docencia y los docentes más valiosos.

10º. La Universidad no puede pasar de ser un lugar (de relación) para reducirse a ser simplemente un sitio (en la web).

(*) Catedrático de la Universidad de Oviedo