San Juan saluda al verano, temprano temprano, con bailes y hogueras y con las frutas primeras nos da con su mano una bendición€ Así reza uno de los cantos populares que, tres días después de su llegada, saluda la estación de las cosechas y las fiestas, la pausa fértil del año. La pandemia, que lleva todo a su triste dominio, marcará también la víspera y el día del Bautista, acaso el más grande de los protagonistas del santoral, decapitado por Herodes Antipas -a cambio de la excitante danza de los siete velos que interpretó su hijastra Salomé- antes de la Pasión y Muerte de Jesús de Nazareth del que fue Precursor.

El título de la columna nos retrotrae al teatro independiente que se pudo hacer en las islas en los lentos y largos coletazos del franquismo y, sobre todo, a las experiencias de cámara en el Teatro Chico de la capital palmera y con el Grupo Candilejas, donde se representaron para un público cómplice piezas breves de Valle-Inclán (una de ellas con este enunciado), Alejandro Casona, García Lorca y Pedro Salinas, entre los españoles, y Bertold Brecht, Samuel Beckett y al gran Luigi Pirandello.

Y, sobre todo, a un viaje a Roma, en el verano de 2012, donde vimos de riguroso estreno y tras una interminable cola el lujoso relicario que hoy luce la Cabeza del Bautista, tras permanecer, desde el siglo XII, dentro de la IV Cruzada, en una modesta urna de cristal en la Basílica de San Silvestro in Capite. Al cráneo ennegrecido, y de excepcional veneración en la Ciudad Eterna, que conocíamos de anteriores estancias, se le adosó una mandíbula de bronce (porque la original se guarda en Viterbo, a setenta kilómetros, y en un rico templete de plata) y, según me comentó un sacerdote, su nueva presentación había multiplicado las visitas a la capilla, que tiene acceso independiente.

El mismo clérigo, Pietro Longoni, un napolitano afable con el que tuve el placer de compartir un café, me regaló una lista que documenta -el verbo es ciertamente provisional y dudoso- la existencia de tres cabezas -"la auténtica", la que él custodiaba, claro- y otras dos, una en Notre-Dame de Amiens y en la Gran Mezquita de Damasco, donde le dan culto por igual musulmanes y cristianos. Y, por último, una relación de ciudades de campanillas y aldeas remotas que se precian de tener reliquias del último profeta y primer mártir.