No es poco el juego que nos está dando este asunto de la pandemia para que hablemos de la lengua. Estamos observando, por ejemplo, que el carácter universal de la epidémica situación se toma como motivo para justificar la tendencia a la globalización lingüística: convergencia hacia una única lengua universal o, a otro nivel, eliminación de las diferencias dialectales en las grandes lenguas para llegar a constituir modalidades neutras y uniformes; asunto bastante polémico cuando el problema se analiza desde una perspectiva pragmática (la lengua solo como instrumento para la transmisión de información) sin atender a consideraciones más humanísticas (culturales y estéticas). Y como ya, en ocasiones anteriores, he manifestado mi criterio declarándome partidario del plurilingüismo ("No hay lengua pequeña", recordemos a G. Steiner) y de la variación dialectal ("¡Los dialectos son geniales!", exclama Kory Stamper), no volveré sobre el asunto, que para mí no presenta ningún tipo de controversia, pues la lengua (o la modalidad dialectal) única uniforme, pura e inmutable, no solo supondría un retroceso, desde la perspectiva cultural que no estaríamos dispuestos a admitir, sino porque, como hemos visto, la variación lingüística es consustancial a la variada naturaleza de las personas y de las comunidades que conforman.

De pandemicismos empieza a hablarse para hacer referencia a los términos, voces y expresiones relacionadas con esta última pandemia originada por el -19, y debo suponer que la preocupación por el estudio de estos elementos va más allá de los aspectos formales que han dado lugar a las nuevas palabras como a otras cuestiones de contenido, como la manipulación lingüística con fines ideológicos, políticos y económicos. Coronavirus, pandemia, mascarilla, respirador, confinamiento, cuarentena, y muchas otras voces de inusitada revitalización, así como creaciones neológicas, del tipo coronabulo, coronabono, coronacionalismo, epi, peceerre€, pueden considerarse en el ámbito de los pandemicismos, en los que algunos ven reflejados el inicio de una neolengua.

Mas no estoy yo muy convencido de la verdadera fuerza de estas tendencias uniformadoras y reduccionistas, pues más allá del efecto globalizador hay razones más poderosas que tienden a contrarrestarlas. Muy ilustrativo es el que refiere Elena Méndez García de Paredes acerca de unos pronósticos que en esta línea uniformadora había formulado Ramón Menéndez Pidal, por los años cincuenta del pasado siglo, relacionados con el plano fónico, pues se aventuraba a predecir el acento universal al que estaba abocado un idioma, con la desaparición de las variedades dialectales, debido a la influencia homogeneizadora de los medios de comunicación audiovisuales. Nada más lejos de lo que ocurre en los medios hoy -afirma la profesora Méndez-, pues están mostrando los cada vez más acusados rasgos característicos de cada modalidad. Más acertado sí estuvo Fernando Lázaro al afirmar que "Pretender unificar la [lengua] oral sería proceder contra natura, ya que tan importantes como los anhelos unitarios, más fuertes aún, son los que tienden a preservar lo individual, lo propio, aquello que nos vincula a la tierra nuestra y a nuestra gente".

De todos modos, mi curiosidad filológica me llevó a iniciar la búsqueda de los recién bautizados pandemicismos. Planeé un recorrido que pudiera ser representativo por la prensa en español, desde México a Chile, aunque encontré resuelta la elaboración del corpus en un número de El País Semanal que ofrecía una serie de reportajes acerca de la pandemia en los distintos países del Nuevo Mundo bajo el título genérico de "La pandemia en Latinoamérica". Los diez textos, de reconocidos periodistas de otros tantos países, presentan, además de su interés informativo, una excelente calidad lingüística, características necesarias para la indagación que me disponía a realizar.

El descubrimiento fue que, lejos de encontrarme con la presencia de los supuestos pandemicismos panhispánicos, pude comprobar la vitalidad de las voces y giros característicos de las modalidades del español americano: "modestas comidas corridas", "vamos a zampar verga", "voltear a ver", "un vocero nacional", "entender con la golpiza", "según conteo policial", "dar paja", "los emberas son la gente del maíz", "se las veía juntando chaquiras", "el mundo de los pagadiarios", "su mono verde de sanitario y un tapabocas", "la falta de insumos médicos", "estar varados en casa de los abuelos" o "quedarse varado sin combustible", "batas descartables", "los voceros sanitarios", "las botanas y los dulces", "lo que sacan en los tianguis", "el celular de Yoandry"€ Del mismo modo, he podido observar en este análisis periodístico cómo colaboradores hispanoamericanos de este diario español utilizan en sus artículos, con total normalidad, su propio estándar, declarando manifiestamente su origen dialectal ("el sonido permanente del agua en el lavatorio", "el teclado de la computadora", "desde atrás de los barbijos", "vos decís cosas buenas", leo en uno de esos artículos). Y yo me pregunto si un colaborador canario utilizaría de manera tan natural su modalidad (una de los ocho dialectos reconocibles del español) sin señalar innecesariamente, al lado del canarismo que conviniese, aclaraciones exculpatorias del tipo "como decimos en Canarias", "como dice el mago", y otras expresiones por el estilo.

Ya se sabe que no es muy buena la percepción que muchos canarios tienen de su dialecto. "Jale por el resuello", en lugar de "respire hondo", me asegura un médico que pretende acercarse así a su paciente hablándole en canario. Gran sorpresa manifestó una presentadora canaria que en una entrevista a un reconocido científico, también canario, cuando ante la pregunta sobre su parecer acerca de un comentario de algún personajillo sobre la vacuna para el , le dice con rotundidad -y naturalidad-: "Ese argumento no tiene base científica; sencillamente, es una patujada". La presentadora advierte: "Una patujada, dijo el doctor, eso es un canarismo", y se extrañó por el uso de la voz dialectal más que interesarse por la respuesta.

El problema es que por diferentes razones nuestra norma se juzga -y se enseña- con criterios del estándar del español septentrional o castellano, en el que existe un sonido interdental (representado por las grafías "z" y "ce, ci") que se opone a una "s"; un pronombre "vosotros" que distingue zona de significación con "ustedes", y en el que no hay "papas" sino "patatas", ni "guaguas", ni "tafor", "millo", "baifos", "perenquenes" ni "tajinastes". Y desde el centro peninsular nos envían sus normas que, al no ser nuestras, cuesta acatarlas "con naturalidad". Y la preeminencia de aquella modalidad sobre las otras modalidades españolas (andaluz y canario, sobre todo, pues la mayoría de las americanas no sufren de estas injerencias normativas) subsiste aún, a pesar de los muchos argumentos lingüísticos que la consideran completamente injustificada; así y todo seguimos recibiendo lecciones de buen hablar y escribir de quienes, desconocen "nuestra" modalidad. "Es que vosotros los canarios no sabéis ni pronunciar vuestros propios nombres -le espeta el joven periodista peninsular, recién incorporado a una emisora del grupo en las Islas, a un excelente y competente periodista y locutor canario-, es que pronunciáis Dácil, Nauzet, Guacimara, Tazacorte con "s" en vez de hacerlo con "z". Claro que ignora el sabiondo neófito que estas palabras, como otros canarismos, algunos de origen portugués, jamás se pronunciaron con interdentales, y si mantienen la grafía "z" o la "c" en la escritura es debido a razones etimológicas o de hipercorrección ortográfica. Incorrecto, pues, en buena ortología, aunque se sea distinguidor, es pronunciarlos con interdentales. La escritura ya es otra cosa.

Falta nos hacen canarios relevantes, como nuestro científico que consideró una patujada el despropósito de un ignorante; y espero que el locutor canario no se vea en la tesitura de tener que llamar guanajo, tolete o totufo a su compañero de trabajo, que ya habrá reconsiderado su equivocada actitud castellanocentrista. Y se agradece la extraordinaria labor que en este sentido realizan muchos periodistas contribuyendo a la estandarización de la modalidad lingüística canaria. Por supuesto, también a los escritores, como nuestra admirada Cecilia Domínguez, quien en su última novela, La sorriba, hace un uso ejemplar del español de Canarias en todos sus niveles y registros: "Lourdes abrió la gaveta de su mesa de noche€"; "Los Eriales se resistían, se armaban de pedruscos y malpaíses, a los que había que sorribar para hacerse con un puñado de tierra donde plantar algún cereal, papas, coles, calabazas alguna higuera€"; "Los Eriales se surtían de agua potable en unos chorros que el ayuntamiento había colocado a un lado de la plaza"; "las pequeñas casas terreras algunas encaladas y otras con la piedra vista".

En estos ejemplos extraídos de las cuatro primeras páginas aparecen, sin estridencias, otros tantos canarismos perfectamente contextualizados y con la capacidad descriptiva que justifica sobradamente su elección. La naturalidad y la sencillez son su gran acierto, por ello propongo para finalizar esta sugestiva reflexión, tomada de una conferencia ("En román paladino") de otro admirado escritor, el colombiano Héctor Abad Faciolince: "Comparto [€] con algunos lingüistas muy poco normativos, una profunda convicción: todo hablante nativo, si no se azara ni se intimida, si no dedica demasiada introspección a su forma de hablar, si se expresa espontáneamente en la lengua de sus amigos, hablará siempre bien. [€]. El habla debe ser algo espontáneo, como el caminar; y la escritura, por muy elaborada que sea, debe ser suelta y ligera, como la danza en un buen bailarín".

Claro que para no azararse ni intimidarse es preciso tener un buen conocimiento de la lengua, del español de Canarias, y este conocimiento es el mejor argumento para actuar sin complejos (tener la certeza de que hablamos un buen español, que el seseo no es un hecho fónico que haya que evitar ni corregir, que es perfectamente culto y legítimo el uso de ustedes como plural de tú y de usted, que papa es la voz general y patata un dialectalismo del español castellano, y, en fin, que, efectivamente, quien emitió el disparate acerca de la vacuna dijo una patujada, y que si el enteradillo locutor de marras se empeña en mantener su criterio de que hay que pronunciar Dácil y Yaiza con un sonido interdental tendremos que seguir considerándolo un guanajo, un tolete o un totufo.

Aunque yo creo que no, a estas alturas ya se habrá contagiado de "la dicción dulce de los canarios", que así caracterizó a nuestra modalidad lingüística Gabriel García Márquez: nada más ni nada menos.

(*) Catedrático de Lengua Española de la Universidad de La Laguna