Algunos medios de comunicación nacionales se hacen eco de la salida de 24.000 millones de euros de fondos, como respuesta a la política de subir la fiscalidad a los que más tienen y a los posibles globos sonda que permitirían nacionalizar empresas o socializar ahorros.

Ni que decir tiene, que la inseguridad jurídica, junto con la ineficiencia fiscal, son letales para la confianza empresarial y de los consumidores, pues detraen inversiones y consumo mientras la deflación asoma sus orejas sobre el horizonte a corto plazo.

Si al menos viniera aparejado por un incremento del ahorro, alguien podría pensar que esa bolsa puede servir para reactivar el consumo a medio plazo, pero con bajos beneficios empresariales y el alto endeudamiento de empresas y familias por el parón económico de la pandemia, pocas posibilidades reales garantizarían un ahorro significativo.

Al final, sin suficientes ricos, el destinatario de todos esos incrementos será la clase media. Hasta que también deje de existir, claro.

No hay soluciones mágicas para salir de esta crisis, pero escuchar parece ser el camino que nos llevará a una nueva sociedad, más eficiente, más competitiva, más tecnológica y sanitariamente sostenible.

Un principio de humildad y respeto en la que todos debemos reconocer que tenemos parte de verdad en vez de que los demás se basan en mentiras o son ignorantes.

Una política que debe basarse en potenciar medidas eficientes del pasado con las nuevas que tenemos que acometer, buscando un paraguas común, que debe ser la prosperidad de las familias y empresas por encima del intervencionismo coyuntural de la economía.

Si para ello hay que analizar cada partida del presupuesto y concluir la sostenibilidad u obsolescencia de los gastos, debe efectuarse, así como defenderse desde todas las atalayas.

Ya saben aquello de distinguir entre el grano y la paja.

El Estado debe desempolvar su carácter Keynesiano y apuntalar las inversiones públicas - y no solo en infraestructuras tradicionales- para generar empleo a corto plazo y que no se destruya a largo plazo.

Eso se hace invirtiendo en competitividad.

Mejorando los procesos productivos y la presencia local e internacional de bienes y servicios, procurando que los ingresos empresariales permitan un atractivo diferencial para atraer más inversiones, remunerando el capital de manera adecuada y que venga aparejada de un incremento proporcional de las rentas del trabajo.

Madurar en positivo, riqueza para todos y enriquecimiento proporcional.

Pensemos lo que pensemos, sintamos el orgullo de ser lo que somos, plasmándolo en acuerdos económicos y sociales para la prosperidad.