La noche triste de Ciudadanos, el 26 de mayo del año pasado, en la sede electoral de Santa Cruz de Tenerife, entró de visita el rencor y se quedó de okupa. Ese rencor que se percibe en las gélidas relaciones entre supuestos compañeros de un partido en liquidación. Aquella noche Matilde Zambudio se dejó llevar por el cabreo. “Me alegro de que no hayas salido” dicen que le dijo a su compañera de lista, Evelyn Alonso, que no había salido elegida. Alonso había sido concejal en Santa Cruz en representación de Ciudadanos. Y el partido, sorprendentemente, la castigó colocándola detrás de dos nuevos fichajes, la propia Zambudio y Juan Ramón Lazcano. Si alguien tendría alguna razón para estar cabreada aquella noche era Alonso. Pero aguantó. Quienes la conocen —que no es el caso— dicen que es “discreta y dura”. O sea, que se calla y aguanta. Pero por lo visto no olvida.

Luego se lió parda. Los dos concejales de Ciudadanos desobedecieron las órdenes del partido y votaron alcaldesa a Patricia Hernández. Y poco más tarde, en el Cabildo, los consejeros naranjas participaron también en una moción de censura para derribar a Coalición Canaria. Estalló una gran polémica pública y en el partido se produjo una nueva explosión entre los transfugas y los fieles al aparato.

Los que ganaron, al final, fueron los disidentes. La marcha de Albert Rivera, que asumió personalmente el costo de la derrota electoral, dejó Ciudadanos en manos de nuevos poderes que decidieron pasar página con las desobediencias y rentabilizar los cargos electos. O sea, pelillos a la mar. Los acusados de tránsfugas se convirtieron en apreciados activos el partido. Y a los que se mantuvieron leales al viejo aparato, que murió con Albert Rivera, se les empezó a dar de lado.

Los odios se pasaron al cobro. Y a Evelyn Alonso ese revanchismo intestino le supuso perder el trabajo que tenía en el grupo parlamentario de Ciudadanos, a donde llegó una carta de Madrid, inspirada aquí, pidiendo que la echaran amistosamente. Y amistosamente fue despedida. No hace falta decir que a Evelyn Alonso no hace explicarle de dónde y de quién venía la amistosa petición de que le dieran una patada en el trasero: fuego amigo.

Dentro de pocos días, porque la vida da muchas vueltas, Evelyn Alonso tomará posesión de su acta de concejal en Santa Cruz. A Juan Ramón Lazcano le aburrieron tanto que le convencieron de que la política es una bosta de vaca y se mandó a mudar. Así que Alonso será el voto decisivo para formar una mayoría de gobierno, que depende de ella.

Esta última semana unos y otros van a echar el resto para convencerla. Melisa Rodríguez, nuestra gaviota en Madrid, no ha dicho esta boca es mía. Por algo será. Le han pedido que hable a un oscuro vicesecretario, Cuadrado, conocido en su casa a la hora de comer, para que diga públicamente que el partido naranja, después de la censura en el Cabildo de Tenerife, ya no hará ninguna más. Y que en Ciudadanos lo que decide Madrid es lo que se hace. Ya sé que los antecedentes son para revolcarse de risa, pero es lo que le toca decir.

Lo que pasa es que esto no va de política, sino de otra cosa. Evelyn Alonso no protestó cuando la relegaron. Se calló cuando la despidieron. Y ha seguido muda cuando el azar le ha colocado en las manos decidir el gobierno de Santa Cruz. Pero esta última semana ha roto su silencio. Ante unas declaraciones de Patricia Hernández en Radio Marca, recogidas en redes sociales, en las que afirmaba que había hablado con Evelyn Alonso varias veces, la futura concejal ha contestado, también en redes: “No he establecido contacto alguno con la alcaldesa”. No es una buena señal de humo. Más que Cuadrado parece muy redondo.

¿Saben lo qué hará finalmente Alonso? Lo que le de la gana. Solo estoy casi seguro de una cosa: en el lado en que ella esté sentada en el pleno, no va a estar Matilde Zambudio.

Agotando el crédito

Si uno se pone en el pellejo del presidente del Gobierno, Angel Víctor Torres, lo entiende perfectamente. Ha elegido para cerrar la crisis de su gobierno a dos personas que le ofrecen plena confianza: Blas Trujillo y Manuela Armas. Otra cosa es que, en clave de poderes internos del PSOE, haya sentado como un tiro. “¿Me vas a decir que no existe en Tenerife ni una sola persona capaz para llevar una de estas dos áreas?”, asegura, visiblemente enfadado un dirigente socialista. La militancia de esta isla está muy mosca. Pero las tribus socialistas de Tenerife están divididas. No fueron capaces de consensuar una propuesta única de repuesto para Torres, porque cada una estaba perdida en sus propios intereses y sus propios candidatos. Y así les va. Pero claro, hay algún socialista de esta isla que en la soledad de su casa abrirá una botella de champán si a Patricia Hernández la ponen con las maletas en la calle en Santa Cruz. Hasta ahí llegan los rencores intestinales. Torres sabe que no puede tener otro fallo como el de Educación y Sanidad. Si no pacifica estas dos áreas, los conflictos sociales pueden terminar siendo el detonante para que el pacto de las flores salte por los aires. Por eso ha intentado ir sobre seguro. Ha echado el resto de su crédito personal. Y sus llamadas a los dirigentes tinerfeños han logrado acolchar el cabreo. Pedro Martín, por ejemplo, se negó a ocultar su malestar, pero prometió morderse la lengua. Y tal cual. Pero un dato: si alguno de los nuevos consejeros fracasa, el precio se lo pasarán al cobro al presidente Torres. Fuera de su partido, pero también dentro.