Ocurrió algo el 2 de mayo de este año, durante el primer paseo de la fase cero: nadie iba mirando su teléfono móvil. Sobre las mascarillas, las miradas se posaban atentas en el otro, el afuera, el paisaje cercano que tanto se había echado de menos. Las empresas estaban también preparadas y en el ventanal de una gran superficie, un eslogan muy similar a aquel que hizo posible la democratización de la imagen: you press the botton, we do the rest (tú aprieta el botón, nosotros hacemos el resto), campaña de lanzamiento de la empresa Kodak en 1888. Es entonces cuando el ciudadano convierte la máquina en miembro y el espacio en marco.

Además, a principios del siglo XX, el fotógrafo sufre la conversión a cazador, pues sustituye la Winchester -observó Susan Sontag- por la Hasselblad. El arma hoy es el dispositivo móvil y es lo que sucede en la pantalla, el marco que observamos en este momento de necesidad digital y los últimos meses de docencia, el texto que ha inspirado este artículo.

En el libro En el enjambre, su autor, Byung-Chul Han, cavila sobre la tiranía de las pantallas y su consecuente mirada asimétrica. Nos acompañamos a través de ellas -expone-, pero hace imposible mirarnos directamente a los ojos. Fue un jueves el último día presencial, pues a mitad de marzo la docencia se trasladó al espacio virtual convirtiendo el hogar en despacho y transformando el marco habitual en espacio de aprendizaje. Al martes siguiente, nuestras miradas se vuelven asimétricas y nuestras pantallas colectivas.

En las últimas semanas del curso, se trabajó otro libro del último autor citado sobre el cansancio que separa y mueve. Que se incuba, aburre y también provoca. El hastío que reconoce y evidencia la rutina de dopaje que permite el rendimiento. Hablo de La sociedad del cansancio. Y en relación a esto, mis estudiantes comienzan sus proyectos finales con las palabras que han escuchado a Pedro Sánchez: "se decreta el Estado de alarma", "el coronavirus es una pandemia". Y comienzan a analizar lo ocurrido en los hogares los días siguientes al 14 de marzo. Se multiplica el contenido digital. El directo se convierte en el nuevo espacio de la festividad. Se busca entretener al otro desde la exhibición y el escaparate. El hashtag #yomequedoencasa suma un total de 8.599.301 publicaciones y su homónima, #stayathome la supera con 16.181.009 imágenes en Instagram. En esencia fue un yo me quedo en casa, pero no me aburro.

Y nos preguntamos, ¿se ha vuelto prohibitivo el cansancio? ¿Se hizo del confinamiento un espacio de consumo y sobreproducción sin contenido? ¿Se ha desvirtuado el aburrimiento y la contemplación? ¿Convierte el hogar el tiempo en simulacro? A través de la pantalla, mis alumnos reflexionan y confirman: hay una marcada necesidad de estar y compartir a través de píxeles. De aprovechar los días entre paredes. De hacerlos producidos. De hacer-los hechos. De evitar ese aburrimiento profundo, que ya citó Walter Benjamin mucho antes de la experiencia digital.

Ya habitábamos la pantalla antes de marzo. Pero fue entonces, entre aplausos y pupilas contraídas, donde transitó el aprendizaje. El aula virtual, que conectó tantos hogares, hizo posible la enseñanza. Y el último día en este espacio, advertimos que los meses que sí han separado hicieron posible un tiempo sublime; pues en un momento de transcurso digital, paradójicamente el cazador pudo parar y trabajar de nuevo con su cuerpo, retrocediéndose así a labrador. Mis estudiantes, que trabajaron con sus manos y desde el descanso, aprendieron no de esta u otra pantalla, sino de ellos mismos. Y del marco de las ventanas a este marco digital, cada vez, al acabar, ocurría que quería levantar mis manos para aplaudirles también a ellos. Dividió el dispositivo como ya lo había hecho la mesa, convirtiéndose en único intermediario del aprendizaje, que fue mío y fue por ellos. Y tecleo, desde la geometría ya citada donde esto ha ocurrido, gracias por la implicación y el entusiasmo.

(*) profesora de Comunicación Publicitaria. Universidad Europea de Canarias