Ángel Víctor Torres cumplió ayer su anunciada promesa y presentó a los dos nuevos consejeros del Gobierno, Manuela de Armas y Blas Trujillo, al mismo tiempo que las medidas de la 'nueva normalidad', también con algo de retraso sobre lo que probablemente habría resultado más conveniente. Quizá por eso no fueron los nombrados una sorpresa: los medios habían adelantado sus nombres, y hasta las redes del propio PSOE felicitaron públicamente a los elegidos, antes de que el presidente los hiciera oficiales, con esa morosidad campesina, entre socarrona y pachorruda, que define a Torres.

A pesar del retraso, es difícil negarle a Torres el acierto en los nombramientos de dos valores moderados del PSOE de siempre (o sea, del de antes), aunque su decisión haya caído como jarro de agua fría en el PSOE tinerfeño, que ha visto como se le arrebatan dos piezas claves en el consejo de Gobierno. Torres intentó hasta el último momento un acuerdo imposible, y ha sido todo lo elegante que puede permitirse, al admitir el malestar que ha provocado a los suyos -en el entorno de las direcciones insular y local chicharrera- el no respetar la distribución de plazas del primer reparto. Lo cierto es que en los nombramientos del 17 de julio, Torres estuvo bastante más atento a las indicaciones del partido en Tenerife, que resultaron luego un monumental fiasco: el del fracaso en la gestión de la crisis sanitaria de Teresa Cruz, que dedicó la mayor parte de su tiempo a colocar a la gente recomendada por su partido, o a mantener un discurso ideológico inútil ante la crisis del Covid-19; y el desastre organizativo en Educación, con una filósofa independiente y un poco marciana, ajena por completo a las prioridades y miserias de la política.

Esta vez, Torres prescindió de partidas de nacimiento, de paridades y de equilibrios, y optó por elegir a quien a él le pareció, bajo su entera responsabilidad. Los dos nuevos consejeros, Trujillo y de Armas, tienen experiencia en el Gobierno, acumulan pedigrí de servicio partidario, y además han tenido una trayectoria en la que no todo es fruto de la política. Trujillo tendrá que renunciar a la presidencia del Consejo Económico y Social -una cómoda canonjía- para a cambio, entenderse con los sindicatos, con los sanitarios (no siempre es lo mismo) y con un sector sometido a ostracismo por la anterior consejera en el momento en el que más necesario era arrimar el hombro. En cuanto a la nueva consejera, Manuela de Armas, ex presidenta del cabildo conejero, fue viceconsejera de Educación con José Miguel Pérez, en los años de la crisis económica y los ajustes, integrada en un equipo que asumió el objetivo imposible de pacificar las relaciones con los maestros y profesores y mantener el compromiso de cubrir a los escolares más castigados por el derrumbe de la economía. Si sigue en eso, lo hará bien.

El Gobierno de Torres no es un Gobierno ni de lejos perfecto: la bicefalia con Román Rodríguez resulta una suerte de espada de Damocles para Torres, una amenaza constante a la estabilidad y continuidad de su Ejecutivo. Y el bloqueo en Sanidad y Educación, que Torres resolvió con su estilo parsimonioso, tirando de ceses y dimisiones retrasadas, no podrá resolverse de la misma forma en la Consejería de Derechos Sociales, el tercer departamento "para atender a las personas", donde la situación de parálisis roza hoy el total descontrol. Aun así, Torres cuenta hoy con un Gobierno bastante mejor que el que tuvo que montar hace tan solo un año.