El Banco de España publicó ayer los escalofriantes números sobre el aumento de la deuda pública, disparada al espacio sideral con la crisis del coronavirus: hasta finales de abril, en apenas el tiempo transcurrido del primer mes y medio de estado de alarma, la deuda total del conjunto de las administraciones españolas se disparó en 30.000 millones de euros. Un dinero que España no habría podido en absoluto financiar en los mercados de deuda soberana, si el Banco Central Europeo no hubiera invertido tres cuartos de billón de euros (poco menos de las tres cuartas partes del PIB español) en contener el crecimiento de las primas de riesgo, comprando a mansalva obligaciones de los países comunitarios. Para quienes dicen que Europa no ha hecho nada en estos meses, convendría recordar que si el BCE no hubiera optado por compras masivas de deuda, tanto España como Italia, Portugal, Grecia y Chipre, por citar los países en peor situación, estarían hoy en quiebra técnica. ¿Y qué significa eso? Significa que en la práctica, la Seguridad Social habría tenido que dejar de pagar pensiones, las administraciones no podrían liquidar los salarios a sus empleados, los gobiernos no podrían atender el cumplimiento de los servicios esenciales, y la economía se habría derrumbado hasta extremos inconcebibles.

Por eso conviene recordar que a pesar de su lentitud en la toma de decisiones importantes, a pesar de los interminables debates y los conflictos de competencia que todo lo empantanan, Europa sí nos sirve para algo: nos sirve, por ejemplo, para que algunos países poco disciplinados con el gasto público no hayan ardido como ardió Grecia en la gran recesión de 2010.

Además de cubrirnos las espaldas con una inyección de fondos sin precedentes para la compra de deuda, Bruselas pretende movilizar hasta tres billones de euros (más de la quinta parte del PIB de la Unión) en un plan integrado por distintas líneas: el marco financiero plurianual 2021-2027, con más de un billón; el fondo de recuperación de la economía, con 750.000 millones, (medio billón para subsidios a fondo perdido y 250.000 millones para préstamos); 240.000 millones para Sanidad a través del Mede y hasta cien mil millones para Ertes. España recibirá de la egoísta y despiadada Europa hasta 77.000 millones en ayudas no reembolsables y 63.000 millones en créditos.

Nunca en la historia -ni siquiera tras la Segunda Guerra Mundial, con los 12.000 millones de dólares del Plan Marshall- se había intentado un esfuerzo económico parecido. Un esfuerzo económico que sufragarán sin obtener beneficio directo las economías el norte y el centro de Europa, entre ellas Dinamarca, Holanda, Austria y Suecia, países partidarios de ofrecer créditos pero no subsidios, y que esperan que las naciones receptoras de los préstamos lleven a cabo reformas estructurales.

El debate entre conservadores y socialdemócratas puede retrasar las decisiones, como ocurre en política interna en todos los países, pero eso no invalida el valor de la solidaridad europea, cuyos beneficios conocemos bien en Canarias tras décadas de ayudas y políticas de convergencia. Siempre es más fácil criticar los defectos e insuficiencias de lo que tenemos, pero quizá sería mejor pensar cómo sobreviviríamos a esta crisis si no fuéramos europeos.