Espero que servidor pueda tener su idea sobre la situación del municipio de Santa Cruz de Tenerife sin que le moleste a nadie. Me considero exiliado en este dulce matadero, ombliguista y anodino, hace casi cuarenta años y les aseguro que pocos lo pueden exorcizar tan bien como yo. Pues bien, desde el pasado verano esta ha sido una ciudad inmóvil en la que no ha pasado básicamente nada. Ciertamente se recoge la basura o sale el agua de los grifos, gracias igualmente a otra empresa que esa misma oposición satanizó durante años y sobre la que ahora no suelta un chorrito. Pero la ciudad carece de cualquier orientación estratégica y aspiración urbanística, sus políticas sociales y asistenciales no han variado un ápice y su actividad cultural recuerda al desierto de Gobi. Es una ciudad en la que funcionan los automatismos de una gestión más o menos engrasada pero que se muestra más ensimismada que nunca y al menos tan distante de su pasado y de su futuro como siempre.

El cambio político en el ayuntamiento de Santa Cruz propiciaba imaginar otras cosas. No ha sido así. Entre los planes de Patricia Hernández a finales de 2018 no estaba aspirar a la Alcaldía. Cedió a los requerimientos de su partido pero exigió el doblete en el Parlamento. Lo hizo porque en su análisis las posibilidades de desplazar a CC del poder municipal eran escasas, pero se puso a ello. Dotada de ambición política despiadada y una penetrante intuición, Hernández personifica muy bien al dirigente socialista del nuevo siglo, para el que la transformación de la realidad siempre empieza y a menudo a acaba en la transformación del marketing. Una propaganda basada invariablemente en la sentimentalización de la política y en la indiscutible superioridad moral de la izquierda y, en el caso de la alcaldesa, en un cachanchanismo estilizado y sonriente. Puestos a elegir entre alcaldes su modelo es Manuel Hermoso, no Jerónimo Saavedra, y no por razones ideológicas, sino porque Hermoso ganó muchas elecciones en su ciudad y Saavedra solo una en la suya. En medio de la batalla prelectoral, Hernández consiguió tener ganas de ganar. Lo que no consiguió fue tener un proyecto que ofrecer. Tampoco podía inspirarse en una lista que estaba copada, con alguna excepción, por modestos o grisáceos aparatistas. Pero convenció a los dos concejales de Ciudadanos y eso bastaba. Ramón Trujillo hubiera votado por Calígula con tal expulsar a CC del poder.

Un año nadeante. Bueno, está la firma del convenio (en diciembre) con la Consejería de Obras Públicas para construir viviendas sociales en La Gallega. No se ha movido una piedra y las únicas viviendas públicas que se están levantado son las adjudicadas por el equipo de Bermúdez en El Tablero. El acuerdo firmado por la familia Plasencia ha representado una extraordinaria oportunidad para apantallar una gestión insignificante. Es grotesco insistir en que CC y Bermúdez no se movieron para cobrarles a Plasencia y González la pasta ingente que debían a Santa Cruz. Especialmente cuando la sentencia condenatoria firme no llegó hasta finales de marzo, dos meses antes de las elecciones locales de 2019. Los que mantienen que los concejales coalicioneros han sido cómplices con los condenados desde 2011 deberían ir a un juzgado o mostrar un mínimo respecto hacia la realidad cotidiana y el trabajo de los servicios jurídicos. Es justificable que la alcaldesa - y todos los chicharreros - esté satisfecha. Que se lo arrogue como un éxito personal o exclusivo del PSOE es mucho más cuestionable.

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