Entre dos totalitarismos igual de despóticos y criminales como son el nazismo y el comunismo, se justificaba el comunista en que las intenciones de emancipación de la humanidad eran nobles. Los juicios sobre intenciones no solo son vanos, sino que no tienen cabida en los sistemas judiciales: no hay intenciones sin resultados. Las intenciones son inverificables o una impostura, baste un ejemplo: los marqueses de Galapagar. Esta distorsión metafísica asienta la base de la superioridad moral -que no intelectual- de la izquierda. La izquierda tendría mejores sentimientos ("ideológicos", que no existen): de progreso, solidaridad (política), que son vacuos en psicología y antropología -simplemente ideas-, como desconocidos en la literatura universal, por absurdos, y solo vigentes en el carnaval de sublimaciones de la política.

La izquierda como ideología de las ideas simples persevera en ellas con actualizaciones semánticas: despojando las palabras de su recto sentido y significado. Veamos el odio. No hay archivos suficientes para poder almacenar las millones de veces que hemos visto y oído el odio nacionalista catalán, sus ojos desorbitados, sus palabras, sus agresiones, su racismo rotundo y reiterado; hemos leído la sentencia de Isa Serra de Podemos, su odio no podía contenerse solo en graves ofensas y amenazas; hemos visto al sindicato del campo andaluz saquear supermercados y agredir empleados; de vascos qué decir. Pablo Iglesias ha hecho apología de la violencia contra la policía y dirigido manifestaciones con agresiones, coacciones y amenazas. Los actos son o no morales, no los fines, nunca el futuro: por ilusorio. Si ahora mismo estuviera en el gobierno la derecha, ¿cuántos actos de odio, violencia, amenazas y coacciones, llevaríamos contabilizados a cargo de izquierda populista y nacionalistas? El odio no solo va contra las personas, sino dado su encono y furia contra instituciones: monarquía, iglesia, guardia civil, ejército y derecha. Es un odio perfectamente documentable: archivos de televisiones, hemerotecas, editoriales, atestados policiales, sumarios judiciales, declaraciones de políticos. Demuestran ostentar el monopolio del odio tangible. El real, y no el atribuido por insuficiencia política.

El sanchismo, en su psicosis por el control del Estado con la representación política más escuálida y nada que ofrecer, hace "oposición" a la oposición acusándola de conspiradora, proyectando y transfiriendo su propia justificación del odio contra ella, y obsesión de exclusión. Deslegitimarla.

En España existe toda una liturgia de la violencia, odio político, y su justificación. Tiene su acto fundacional y simbólico en la II República: "República de los trabajadores". Si concita tanta adhesión emocional es por constituir la gran promesa (pendiente) de exclusión de la derecha del sistema político. No va de frías legitimidades jurídico filosóficas.