Suárez Illana ha intentado diversas formas de fracaso sin alcanzar el éxito en ninguna. Pero no ceja. En lugar de matar simbólicamente al padre, que es lo normal, agoniza lentamente a la sombra de aquel gran político que triunfó por encima de sus posibilidades históricas. El último intento del hijo por ocupar los titulares de la primera página de los periódicos ha consistido en alinearse junto a los torturadores franquistas, que sublimaban con la picana y la bañera sus frustraciones venéreas. Bueno, pobre, ha logrado con esa extraña adhesión a Billy el Niño profundizar un poco más en su descenso a los infiernos, aunque sin alcanzar la gloria inversa de un maldito. Suárez Illana no ha leído a Rimbaud. Si se viera en la situación de Larra, frente a un espejo de cuerpo entero y con un revolver en la mano, se daría un tiro en el pie, como Froilán, en vez de en la sien, que es lo que corresponde a un temperamento verdaderamente autodestructivo.

Estamos, pues, frente a un maldito sin talento, que viene a ser algo así como un café sin cafeína. No obstante, Suárez Illana tiene una biografía. Sólo su forma de llegar a la política con el desamparo del que ha naufragado en todo lo demás ocuparía varios capítulos. Debe tantos favores que de vez en cuando, para hacerse valer, ha de votar a contracorriente de los suyos, aunque no tanto como para perder la nómina. La nómina y el malditismo no casan. En ocasiones hay que elegir, amigo. Elegir la nómina garantiza el cocido, pero te aleja del fracaso épico que caracteriza al dandi. Aun así, no hemos perdido la fe del todo en este hombre. Cualquier día puede darnos la sorpresa: no le faltan motivos psicológicos para estallar si pensamos de dónde viene y la peripecia vital sufrida para llegar a ningún sitio. Cuando se llega a ningún sitio, quema uno las naves y funda un territorio.

En una de esas, a base de dar golpes de ciego, Suárez Illana perpetra un desacierto de tal calibre que consigue abrir los telediarios de la noche. No es fácil: hay demasiados políticos en esa carrera loca hacia un fracaso auténticamente ignominioso, pero mientras hay vida hay esperanza.

Ánimo.