¿Para qué es necesaria la historia? ¿Por qué existe una facultad universitaria con ese nombre? ¿Qué relevancia social tiene mirar al pasado que no hemos vivido nosotros y describirlo con rigor y con la mayor exactitud posible? ¿Para qué buscar huellas del ayer en los archivos y fuentes monumentales? ¿Qué interés tiene todo esto? Lo fácil es responder a estas cuestiones indicando que la historia se escribe para no repetir los errores del pasado. Es verdad que un pueblo sin memoria está tentado de repetir sus desmanes.

Pero la historia no encierra solo los errores del pasado, sino que recoge también los aciertos, los esfuerzos, los inventos, las reflexiones… El ayer no es solo la cueva de los despojos y los desastres. También es la fuente de una sabiduría acumulada y sumativa que nos sitúa donde estamos. Incluso creo que algunos errores, leídos desde hoy, fueron cimientos de avances de civilización y de crecimiento moral. ¿O hubiera sido igual de fácil firmar la declaración universal de los derechos humanos sin el drama europeo de las dos guerras mundiales? Todo el pasado es lo que ha hecho posible el presente. Somos lo que somos, como sociedad, gracias a la acumulada sucesión de acontecimientos que nos han precedido. Todos los acontecimientos.

Los filósofos, los humanistas, los científicos, todos… son conscientes de ser enanos a hombros de gigantes, por usar el tópico que Bernardo de Chartres decía en el siglo XII. Y la ciencia y el saber crecen porque otros, antes que nosotros, nos han dejado espacio roturado en el campo del ingenio.

Cortarle la cabeza a una estatua de Cristóbal Colón culpándole de genocidio es tener una idea de la historia mezquina y raquítica. Eliminar Lo que el viento se llevó de una plataforma de cine porque manifiesta actitudes racistas en sus personajes es no reconocer que el séptimo arte, cuando no es ficción, recoge la realidad pero no la crea. Estas actitudes manifiestan, a mi juicio, la estatura de nuestra tontada sociedad que se ha creído que con el presente comienza la historia.

Enjuiciar a otro nunca es una postura adecuada. Nos pondríamos en el peligro de ser juzgados también, como dijo Jesús. Tampoco nosotros somos perfectos, sino maravillosamente imperfectos y variados, afortunadamente. Y cualquier persona, haga lo que haga, ahora o en un tiempo pasado, siempre lo hizo lo mejor que pudo, en base a como ella veía la vida en ese momento. Entonces, ¿por qué no intentar por un momento caminar en sus zapatos y comprender su situación? No hay juicio más injusto que aquel que se hace desde otra cosmovisión y otro tiempo.

¿Qué juicio se hará dentro de cuatro siglos -hagamos ciencia ficción- de nuestra sociedad edificada sobre un sistema de mercado a nivel internacional que justifica los niveles de injusticia que padecemos? ¿Cómo se juzgarán las leyes del aborto humano en paralelo con las de violencia contra los animales? ¿Cómo juzgará la historia una cultura en la que las víctimas de la Covid-19 merecen un homenaje póstumo de nivel internacional, mientras que de Malaria, en el presente, a día de hoy, hoy mismo, mueren muchísimos más teniendo ya la vacuna en nuestras manos? ¿Cómo juzgará la historia una sociedad en la que, como reconoce ACNUR padece hambre 513,9 millones de personas en Asia, 256,1 millones en África y 42,5 millones en América Latina?

¿Quiénes somos nosotros para enjuiciar a Cristóbal Colón?

¿Quiénes somos nosotros para enjuiciar lo que el viento se llevó?

Estúpidos, majaderos, simples, mentecatos, gansos… me dice el diccionario de sinónimos de Word en mi PC. Con perdón…

(*) Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife