Del virus se han dicho tantas cosas y, tan contradictorias, que nos recuerda a esos héroes o villanos de cómic que llevan una doble vida, tan doble, en este caso, que es simultáneamente inofensivo y mortal. Hay cuerpos por los que pasa como la luz por el cristal, sin romperlos ni mancharlos, y organismos a los que aniquila o deja para el arrastre. Y no sabemos de qué depende de que actúe de un modo u otro. Ni siquiera podemos asegurar que quienes no lo hemos padecido no lo hayamos sufrido.

-Yo pasé unos días muy raros a finales de marzo -dice un amigo.

¿Quién no ha pasado, durante este largo confinamiento, una época rara? Me telefonea un pariente para decirme que ha escrito un poema y que le gustaría que le diera mi opinión.

-Pero tú no escribes -le digo.

-No, ni siquiera leo -dice él-, pero el lunes me desperté inspirado, cogí papel y lápiz y ya ves.

Me envía el poema por correo electrónico, lo leo y resulta que, incomprensiblemente, es bueno, incluso muy bueno. Se lo digo y me contesta que se lo debe al virus:

-Lo escribí con unas décimas que me duraron un día. Luego tuve una ligera dermatitis en la mano derecha. Llamé al médico y me dijo que no lo dudara, que había pasado la Covid. De modo que, si te sube un poco la temperatura, se te irrita la piel y escribes un poema genial, ya sabes lo que tienes.

- ¿Y qué has tomado? -pregunté.

-Paracetamol, pero no antes de escribir el poema.

Llevo varios días colocándome el termómetro para ponerme a escribir un poema genial al menor síntoma. Ayer me picó un poco la piel del tobillo, pero no estaba irritada. Los grandes poemas, en fin, se escriben cuando quieren ellos, o cuando le da la gana al virus, vaya usted a saber. Si eres asintomático, olvídalo porque no se puede escribir un poema desde la asintomatología. En resumen, que hay gente que le está sacando partido a la pandemia, lo que a mí produce una perplejidad sin límites. Una perplejidad sin límites y un miedo de carácter religioso, todo al mismo tiempo.