A las horas en que me siento a escribir no sabemos si el cocodrilo (des)aparecido en Valladolid es una nutria, una iguana o un perenquén. El resultado es lo de menos. Lo importante es que la cosa ha dado pie a titulares hilarantes, disparatados y contradictorios. Pero mucho le queda a este saurio para ser tan famoso como el célebre caimán que se iba para Barranquilla. Ese sí que dio que hablar. Verán, la historia, simplificando mucho porque tiene muchas idas, vueltas, versiones, reversiones, revisiones y recovecos, es la siguiente:

José María Peñaranda, compositor barranquillero que llegó a conocer al ilustre y legendario Francisco El Hombre en la Cataca de García Márquez y viajó cuando niño por toda la zona bananera, se sintió, desde muy joven, atraído por la música popular.

La cosa es que, a través de un cronista de su época, tuvo noticia de la leyenda del hombre caimán, que contaba cómo un pescador de Plato, población perteneciente a un municipio colindante con Barranquilla, llevado por la lujuria, pidió a un indio de La Guajira que le diera una poción para poder convertirse en caimán cuando quisiera e ir a espiar a las mujeres que se bañaban a orillas de un brazo del río Magdalena, el llamado Caño de las Mujeres, sin levantar sospechas. Que -añado yo- bravas tenían que ser ellas si les asustaba menos la presencia de un caimán que la de un voyeur. Hasta entonces, los dientes de oro que llevaba el tal Saúl Montenegro destellaban cuando intentaba esconderse entre los matorrales, de modo que las muchachas huían despavoridas, con toda razón.

El indio le dio dos pociones. Una con la que convertirse en caimán y otra con la que revertir el proceso. Así, se hacía acompañar por un amigo que le ayudaba a echarse por encima la primera poción y lo esperaba en la orilla mientras él observaba a las bañistas. Luego, de vuelta, le vertía encima el segundo líquido y el pescador recobraba su forma humana. Pero un día el amigo se emborrachó y nuestro rijoso Saúl tuvo que sustituirlo por otro menos avezado que, cuando lo vio regresar hecho caimán, huyó, de manera que la poción que lo convertía en humano cayó solo en su cabeza, dejándole cuerpo de caimán de por vida. Llámenlo karma. Total, que el gozo de Saúl en un pozo, que ya no pudo pasar inadvertido porque esa cabeza humana lo delataba y el indio había muerto entretanto y todo fue llorar y crujir de dientes (de oro, no lo olvidemos).

Con estos mimbres maravillosos nació la canción Se va el caimán, que yo escuché como paseo vallenato, con su letra original y sin añadidos, en Barranquilla, cantada por un viejito sin dientes de oro ni de ningún otro tipo, que recitaba antes de arrancarse con la música, esta estrofa:

"Señores€

Voy a empezar mi relato

con alegría y con afán.

En la población de Plato

se volvió un hombre caimán".

Luego, viajando ya con mucha fama por otros países, a la composición de Peñaranda se le fueron añadiendo estrofas populares como esa de "una niña patinando€" que, sin duda, ustedes conocen.

De esta manera llegó a España en la década de los 50. Y como llegó se fue, porque así como en Panamá la interpretaba el pueblo para reírse de Enrique Jiménez y en Nicaragua contra Somoza, los censores interpretaron que Se va el caimán era la forma en clave de desear la partida, marcha o desaparición de Franco. De modo que quien pudiera o quisiera la tenía que escuchar a puerta cerrada porque, en las radios, de la partida del caimán, ("por la barranquilla", decía la gente), ni palabra.

Vengo a decirles que esto que les cuento, ahorrándome mil detalles que aquí no caben, no lo va a superar el misterioso cocodrilo de Valladolid, por más que tenga ya una línea de camisetas y el pueblo ande cantando "Se va el caimán, se va para Tordesillas".