Determinadas películas confunden la acción con la violencia, la intensidad con el exabrupto y el ingenio con la desproporción. Reflejan la dosis más elevada de crueldad, sufrimiento y dolor como forma de expresión de la originalidad. Sin embargo, no existe nada más vacío que la pura y elemental dureza humana expresada a través de peleas, castigos y torturas. La primera escena de Los últimos días del crimen dura alrededor de cinco minutos, pero basta y sobra para intuir lo que puede dar de sí una cinta de más de dos horas y media de metraje. Las muertes (justas o injustas, da igual), los suplicios físicos (merecidos o inmerecidos, no importa) y los disparos y explosiones (necesarios o innecesarios, es irrelevante) ya auguran lo que cabe esperar de los restantes ciento cuarenta y cinco minutos. La tosca chulería del tipo duro, la cruel recreación de la agonía y una endeble y acartonada trama que, revestida de vulgaridad, pretende aparentar dramatismo y suspense, se traducen únicamente en una concatenación de secuencias ramplonas, huecas y falsas.

Curiosamente, se trata de una tendencia cinematográfica bastante acusada que, bajo la premisa de dar al público lo que quiere (a saber, recrearse en el hedor de la sangre, los gritos ensordecedores y el lenguaje chabacano), cimienta proyectos donde la marginalidad, la delincuencia y la furia más básicas sirven de motor a un guion que perfectamente podría haberse improvisado en cada toma. Por supuesto, ningún estímulo subyace en Los últimos días del crimen que no se haya visto ya una y mil veces en centenares de otros títulos. De hecho, si por algo destaca este último estreno de la plataforma Netflix es por su total ausencia de aportación al Séptimo Arte. Al parecer, sobran candidatos convencidos de poseer la capacidad de Quentin Tarantino a la hora de combinar humor, violencia y agudeza visual, o de contar con la habilidad del mejor John McTiernan para encandilar al público con una intensa energía cinematográfica. Por desgracia, la cruda realidad se encarga de demostrar que esos talentos no están al alcance de cualquiera.

Es el caso de Olivier Megaton, cineasta francés responsable de los films Transporter 3, protagonizado por Jason Statham, Venganza: Conexión Estambul y V3nganza, ambas con Liam Neeson al frente del reparto. En comparación con Los últimos días del crimen (cuyos intérpretes parecen haber rodado cada escena bajo los efectos de los alucinógenos), hasta la propia Transporter 3 constituye un ejemplo de mimada elaboración. El resultado se reduce a una propuesta excesiva, rellenada con un enorme vacío artístico e impulsada por un ritmo artificial y mediocre. Karl Gajdusek, guionista de Oblivion, con Tom Cruise, Bajo amenaza, con Nicolas Cage y Nicole Kidman o La conspiración de noviembre, con Pierce Brosnan y Olga Kurylenko, se ha encargado de elaborar el relato.

En un futuro próximo, el Gobierno de Estados Unidos planea crear un sistema de transmisión de señales que imposibilite quebrantar cualquier ley, pretendiendo terminar así con el crimen y el terrorismo de forma definitiva. Ante esa tesitura, un delincuente decide unirse a un famoso gángster y a una hacker del mercado negro para cometer el mayor atraco de la Historia, que también será el último que tenga lugar en el país norteamericano.

El actor Edgar Ramírez encabeza el elenco. Participó junto a Matthew McConaughey en la más interesante Gold, la gran estafa, si bien se encuentra más vinculado al medio televisivo, habiendo sido nominado en dos ocasiones a los Globos de Oro por sus papeles en las series Carlos y American Crime Story. Le acompañan Michael Pitt (Bully, Soñadores, Asesinato€ 1,2,3) y Anna Brewster (Mrs. Henderson presenta, Star Wars: El despertar de la fuerza). Resulta evidente que ninguno de ellos progresará en sus respectivas carreras gracias a este trabajo.

crítica de cine