El último informe sobre el Movimiento Natural de la Población correspondiente a 2019 difundido por el INE el pasado día tres de junio, con quince días de antelación sobre la fecha prevista, ha tenido esta vez una mayor expectación por parte de los departamentos universitarios relacionados con la demografía, profesionales relacionados con la población y por los medios de comunicación debido a que se hace en el contexto de la pandemia del COVID-19 que irrumpe de forma imprevista en una etapa inmersa en la ingenua seguridad de que estos fenómenos nunca suceden.

Aunque los datos que ofrece dicho informe son provisionales y debemos esperar con cautela hasta finalizar el presente año para que se eleven a definitivos, contiene, en nuestra opinión, algunos aspectos relevantes tanto a escala estatal como regional. Repito, no tienen por qué marcar tendencia sino constatar síntomas por lo que debiéramos aplicar el sabio refranero popular de “una golondrina no hace primavera”. Otra reserva a añadir es que se trata de hacer un simple seguimiento al comportamiento de la variación anual del número de fallecidos, mortalidad infantil, nacimientos, nupcialidad, esperanza media de vida y la medición del saldo vegetativo, dejando sentado que la confirmación de una serie de hechos en un momento dado no permite extraer normas o reglas generales que requieren estudiar detenidamente ciclos más largos de duración para determinar las características principales de un proceso determinado y concluyente.

A nivel general, lo primero que debemos destacar son las dos buenas noticias que tienen que ver con el leve aumento de la esperanza media de vida tanto al nacer como al cumplir los 65 años y la reducción del número los fallecimientos. En cuanto a la primera cuestión, resaltar que la esperanza de vida de la población española ha aumentado 0,4 puntos respecto al año anterior, situándose en 83,6 años al nacer para ambos sexos con una brecha importante de 5,3 puntos que separa a los hombres (80,9) de las mujeres (86,2). Por si este dato favorable fuese poco, también mejora levemente la esperanza de vida de las personas que cumplen 65 años ya que se establece en 21,6 años de media general y por sexos 19,5 y 23,4 años para hombres y mujeres respectivamente. Vistas ambas variables y su evolución satisfactoria en una perspectiva temporal más amplia, el valor de estas cifras es más significativa si tenemos presente que en 2009 la esperanza de vida al nacer era de 81,7 años y el de las personas de 65 años rayaba las dos décadas.

La segunda buena noticia es la caída en el número de fallecimientos, dato a celebrar porque lo natural en una sociedad que envejece a toda velocidad es precisamente lo contrario. En España la cifra de defunciones en 2019 se saldó con 13.007 óbitos menos que en 2018 (-2,4%); en ese mismo tiempo Canarias mejora la media estatal ya que se produjeron 653 defunciones menos que el año anterior lo que supone una reducción de -4,0%. En términos relativos el fenómeno de la mortalidad afecta mucho menos al Archipiélago con una tasa bruta de mortalidad (7,3 por mil) que se aleja en 1,5 puntos por debajo de la del resto de España (8,8 por mil). Sin embargo, esta buena noticia queda un tanto cuestionada con el repunte de la mortalidad infantil que elevó la tasa a 2,89 niños fallecidos antes de cumplir un año por cada mil infantes nacidos vivos. El INE no señala las causas de este aumento del 0,2% de decesos entre la población que no ha cumplido un año de vida y deja abierto un interrogante que sin duda alguna preocupa y mucho. Parece mentira que ambos fenómenos (aparentemente contradictorios) puedan cobijarse en unas mismas estadísticas debido a la mayor contracción de la mortalidad general de la población entre 2018 y 2019.

Pero el año 2019 nos dejó más noticias malas que buenas: disminución de los nacimientos, continuado descenso en el número de hijos por mujer, caída del crecimiento vegetativo y hundimiento de la tasa de nupcialidad. Veamos cada una de ellas por separado.

1.- El número de nacimientos prosigue la tendencia a la baja. En 2019, España experimentó un descenso de 13.007 alumbramientos registrando el peor índice desde 1941. Las proyecciones a corto plazo sostienen que los nacimientos seguirán disminuyendo en los próximos años. En plena caída, la tasa bruta de la natalidad estatal se situó en 7,6 nacimientos por cada mil habitantes, tres décimas menos que en 2018. Pero el retroceso a nivel general (-3,5% de variación anual) se dio prácticamente en todas las Comunidades Autónomas salvo La Rioja. Dos hechos singulares que se vienen repitiendo en los últimos años en nuestra dinámica demográfica que son: a) el 22,3% de los nacimientos que tuvieron lugar en España fue de madre extranjera, con dos puntos más que el año anterior, lo que apunta en la dirección hacia una lenta caída de los alumbramientos de madre española que pese a todo continúa siendo mayoritaria. Y b) se tienen cada vez menos niños debido a una mayor tendencia a retrasar la edad de procrear tanto en las madres españolas como en las extranjeras residentes en nuestro país. La inestabilidad laboral, económica, familiar, e incluso de pareja, obliga a numerosas mujeres a retrasar tanto la maternidad que muchas veces se llega a edades críticas en que los mismos médicos desaconsejan tener descendencia. Los datos disponibles indican que no se dan las condiciones objetivas para decidirse a tener hijos o aumentar los que ya se tienen ni siquiera deseándolo. La Comunidad canaria, que tradicionalmente ha estado a la cabeza en volumen de natalidad, ha pasado a los puestos más bajos del ranking de las CC AA españolas al experimentar un descenso de 664 alumbramientos (-4,5%) con respecto a 2018. Si la tasa bruta de natalidad regional era en 2018 de 6,9 por mil, registrando ya una caída que venía repitiéndose desde años anteriores, la de 2019 con 6,6 por mil supuso tres décimas menos que pone de manifiesto el declive de la natalidad en Canarias al quedarse rezagada respecto a los valores nacionales y, por supuesto, cada vez más por detrás de la tasa de mortalidad (7,3 por mil en 2019). Tanto a nivel del resto de España como en Canarias el descenso tiene como principales causas la progresiva disminución del número de hijos por mujer, el retraso en la edad de procrear (el 9,7% de los nacimientos de 2019 corresponde a madres de 40 años y más) y la reducción del número de mujeres en edad fértil como resultado directo de un mayor envejecimiento de la población. La losa que interfiere en el desarrollo de este fenómeno es la precariedad laboral junto a la tardía incorporación al mercado de trabajo de l población comprendida entre los 25 y 39 años edad determinan un retardo cada vez más notable de las edades más aptas para tener hijos.

2.- Aunque se veía venir, el retroceso del indicador coyuntural de fecundidad o número de hijos por mujer es uno de los aspectos más llamativos del informe del INE-2019. En él se deja sentado que la fecundidad en Canarias se desploma y fiel reflejo de ello es que pasamos a estar en el último lugar del ranking de las Comunidades Autónomas españolas con 0,94 hijos por mujer, cuando la media estatal obtiene 1,23 para 2019, aun después de que ésta registrase la pérdida de tres centésimas respecto a 2018. Melilla y Murcia, con 2,1 y 1,49 hijos por mujer respectivamente, se colocan a la cabeza de los territorios españoles en cuanto a volumen reproductivo se refiere.

3.- La evolución de los matrimonios desde 2009, año en el cual se celebraron 177.144 nupcias en toda España, ha sido desigual pero con constante tendencia a la reducción anual de los valores inscritos en los Registros Civiles y reflejados en el Padrón de Habitantes. En 2019, las 166.578 celebraciones permitieron obtener una tasa bruta de nupcialidad de 3,5 matrimonios por cada mil habitantes, una décima menos que en 2018. El rasgo principal de esta variable es la tendencia a aumentar la edad media de los contrayentes que en el caso de los hombres alcanzó los 38,7 años y en las mujeres se situó en 35,9 años. El 77,6% de las celebraciones se hicieron por lo civil al mismo tiempo que la participación de al menos un contrayente extranjero se elevó al 17,6% de los matrimonios entre cónyuges de distinto sexo. Un total de 5.108 matrimonios que hacen el 3,1% del total eran entre parejas del mismo sexo.

4.- El retroceso de la natalidad en caída libre y cada vez más desacompasada con una mortalidad que cae también pero a menor ritmo trae como consecuencia un crecimiento vegetativo de la población residente en España claramente negativo de -57.146 personas. En otras palabras y a modo de ejemplo, entre 2018 y 2019 se ha reducido el número de españoles en un valor equivalente a la población actual de San Bartolomé de Tirajana. Este dato nos no coge de sorpresa puesto que se viene repitiendo con mayor o menor intensidad desde 2009 hasta hoy en día, pero las repetidas cifras negativas sobre todo en los tres últimos años suman ya 142.244 personas en toda España. El saldo vegetativo negativo es, sin duda, la noticia crucial ahora y lo seguirá siendo en las próximas décadas porque de él depende el aumento o disminución de la población oriunda. En Canarias el saldo vegetativo también ha sido negativo con -1.546 residentes menos que en 2018 que a su vez también registró pérdidas por valor de -1.536. Son los dos primeros ejercicios anuales que registran cifras negativas después de un período de descenso continuo desde comienzos del presente siglo. Lo que significa que de los primeros puestos del ranking autonómico hemos sido desplazados al noveno por Madrid y Murcia que juntos han tenido el año pasado unas ganancias en recursos humanos de más de once mil personas. De todo esto se puede inferir que, aunque con cierto retraso, y con cifras todavía moderadas, la implosión demográfica (que prácticamente se ha implantado en el resto del Estado en donde 14 de 19 territorios están experimentado pérdidas poblacionales anuales), se empieza a consolidar en nuestras Islas de acuerdo con la evolución que se viene produciendo de forma decidida desde 2010 en estas tres variables (nacimientos-defunciones= saldo vegetativo). Y éste sí que es un fenómeno real que genera desajustes estructurales e inspira incertidumbres de cara a los próximos años y no la hiperbólica existencia de una Canarias vaciada.

Con este panorama sobre el estado de la población en 2019 y sus desajustados componentes el debate social y político está servido. Hay cuestiones elementales que no admiten demora. No puede ser que un país como el nuestro se pueda permitir que la emancipación de los jóvenes se produzca tan tardíamente; que la vivienda siga siendo cara e inaccesible, que sean tan tímidas o inexistentes las políticas de conciliación, acogida temprana o la implantación de centros infantiles para la escolarización de 0 a 3 años; que prosiga el aumento de la brecha entre hijos deseados e hijos tenidos; que se mantengan las tasas más elevadas de la UE de desempleo, precariedad e inestabilidad laboral entre la población de 25 a 39 años que es potencialmente las más adecuada para la puesta en marcha de nuevos proyectos familiares; que no exista aun una apuesta decidida por la fiscalidad reducida para los costes de la crianza, becas de estudio, ayudas decentes para las familias numerosas, ….

Estas materias han sido tradicionalmente consideradas como asuntos menores o transversales con lo cual nadie se hacía eco de las recomendaciones que sociólogos, economistas y geógrafos redactaban al concluir sus periódicas reuniones científicas. Desde el 20 de febrero del presente año ya hay una administración del Gobierno central que se denomina Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, que tiene entre sus competencias afrontar esta realidad al menos formalmente. Desconozco si a nivel regional existe alguna administración equivalente. En cualquier caso, parece evidente que tenemos que ponernos al día en el desarrollo óptimo del estado de bienestar para calmar las turbulencias del descontento social. No hay más que mirar a nuestro alrededor y conocer lo que han hecho otros países europeos en circunstancias parecidas a las nuestras en donde los contrastes y desequilibrios son menores porque desde hace mucho tiempo cuentan con verdaderas políticas demográficas ajustadas a sus particulares circunstancias.

Para terminar sólo comentar que en la primera mitad de los setenta del pasado siglo leímos por primera vez el término implosión demográfica escrito por Pierre Chaunu en su Démographie historique et système de civilisation refiriéndose al caso de la entonces RFA, la Alemania occidental con capital en Bonn, en donde nuestro ilustre historiador alertaba sobre las nefastas consecuencias de la inversión del crecimiento vegetativo o saldo natural del crecimiento endógeno de la población. Ciertamente el texto de Chaunu desprendía un tufo apocalíptico porque lo extrapolaba hacia un eventual ocaso de la civilización occidental en la línea expresada más tarde por S. P. Hugtintong (1993), pero que el buen hacer de los políticos teutones han sabido disipar en estos últimos 46 años. Como es bien sabido de todos, las políticas demográficas suelen ser de resultados lentos y tardíos y, por supuesto, nada rutilantes desde una perspectiva mediática y electoral, de ahí sus luces y sus sombras.

(*) Profesor del departamento de Geografía de la ULPGC