Las sociedades más primitivas, cuando tenían problemas graves de supervivencia, sacrificaban a veces a las personas más viejas. Una boca menos que alimentar o una mano libre para ayudar a caminar eran respuestas y soluciones aceptadas en todas ellas.

Una historia venida de Extremo Oriente retrató esa crueldad social, como nunca después se ha contado. En 1983, la película japonesa La Balada del Narayama, de Shoei Imamura, hizo saltar las emociones empáticas a medio mundo, cuando nos mostraba a una familia agrícola y cazadora que, al aumentar el número de sus nuevos miembros, tenía que activar una ley ancestral, en la que el hijo primogénito tendría que cargar a hombros a cada uno de sus progenitores más envejecidos y, sin hablarse entre sí, abandonarles en la zona más apartada del monte Narayama. Y así, le llega a Tatsué el momento de llevar a su madre Orin, aunque estuviera todavía física y mentalmente perfecta, en una larga e interminable subida€, hasta dejarla allí sola..., sin poderse despedir entre ellos..., en aquella cumbre nevada.

El término gerontocidio se refiere a la eliminación de las personas mayores que algunas tribus cazadoras y recolectoras han practicado en momentos de extrema escasez de recursos vitales. Y, nosotros, desde esta civilización moderna y arrogante de cumplir aquellos principios de la ONU (1991) con las personas mayores, nos horrorizamos por esas minoritarias prácticas salvajes, inhumanas€, y nos llega una pandemia-siglo XXI y se lleva a decenas de miles de personas, de las cuales, un 95% son mayores de 60 años (a nivel nacional). Y, ¿de quién es la culpa? ¿Del sistema global, del gobierno nacional, regional; del político enemigo? Ya hay toda una colección de querellas y acusaciones. ¿Puede un sistema jurídico democrático condenar a todo un sistema infectado por el mismo virus global?

Si nuestro mío Cid levantara la cabeza, y viera ciertas desuniones políticas que ha habido en estos tres meses de tragedia sanitaria por el virus Covid-19, cómo se lo pensaría y, guardando su espada milenaria ya cansada, pediría la derrota (con las armas de las urnas) de los que han sembrado cizaña y confrontación, en un momento tan doloroso como una guerra, que él vivió sin descanso, como cuando tuvo que buscar la mayor unión ibérica posible, frente a un virus letal del aquel momento histórico, el sanguinario fanatismo religioso del invasor Ben Jusuf. La emocionante película clásica, con Sofía Loren y Charlton Heston, muestra uno de esos momentos poco frecuentes entre políticos inmaduros, cuando El Cid se funde en un abrazo con el sabio matemático y rey moro de Zaragoza, Al-Mutamín, e inmediatamente los imitan todas sus tropas de ejércitos enemigos. También Pérez Reverte ha recreado aquella legendaria hermandad, por un bien común superior, en su novela reciente Sidi.

Otro ejemplo histórico de unión entre gentes diversas, para un beneficio mayor, es la obra Fuenteovejuna de Lope de Vega. Se basa en hechos reales que ocurrieron en el pueblo cordobés de Fuente Obejuna donde, tras (alguien) matar a un virus muy prevalente en aquel momento, el señor feudal cruel y violador, responden una y otra vez a los jueces enviados por los Reyes Católicos que el asesino fue Fuenteovejuna. Todos a una. El pueblo fue finalmente absuelto y aquel virus concreto fue vencido.

La vieja sabiduría de la Humanidad nos ha dado otra lección, recordándonos que lo primero sigue siendo lo primero: salutem primus est. Y cómo alterar ese orden termina enfermando a todo el resto de la estructura social, con sus tres pilares más importantes y que daban título a aquella canción Salud, dinero y amor (1941) del argentino Roberto Sciammarella; más popularizada por Cristina y los Stops en 1967. ¿Podemos confiar en una política que nos cambie ese sagrado orden vital? En las islas Cook lo han respetado y con éxito final (sin Covid-19), a pesar de que su PIB depende del turismo internacional en más del setenta por ciento. Su primer ministro Henry Puna de 70 años lo dijo y cumplió: "La gente, no el dinero".

Aprendamos de esta tragedia. Sin más recursos socio-sanitarios para tanta población frágil y una obligatoria educación preventiva, no habrá una sociedad saludable para todas las edades, porque sin abuelas y abuelos, ¿dónde estarían hoy el resto de las familias? Seguiremos estudiando y apoyando el envejecimiento saludable y sus roles activos como esos de abuelidad-bisabuelidad, acordados con sus hijos; el voluntariado social; el asesoramiento profesional y laboral a jóvenes€; los guías turísticos de patrimonio cultural€ etcétera, para demostrar que sin personas mayores esta sociedad se paraliza, se desorienta y se pierde.

(*) PROFESOR DE LA ULL