Hasta el próximo septiembre los visitantes de la pinacoteca española podrán recuperar su imagen primera; volverán dos siglos atrás para aplaudir la única decisión por la que el Rey Felón (Fernando VII) pudo pasar a la historia sin afrenta. En la galería central y las salas adyacentes, y en disposición de sugestivos diálogos plásticos, cuelgan las piezas emblemáticas que, procedentes de los fondos de la Corona, constituyeron el primer núcleo del Museo de Pinturas que ya cumplió su segundo centenario, situado entre los cinco primeros del mundo.

Más de doscientas obras, la flor y nata del Prado, ordenadas cronológicamente resumen la historia del arte, desde el Renacimiento hasta el convulso siglo XIX, desde los maestros flamencos (Van der Weyden y el Bosco, por sólo citar dos) a los italianos (Fra Angelico y Rafael para seguir con el par) al esplendor del Barroco, donde la plástica adquirió compromisos con la ideología y las activas escuelas nacionales dieron pasos decisivos; ahí anota España (colgadas como antología, las Meninas y las Hilanderas, los reyes y los bufones) a Diego Velázquez, a Francisco Zurbarán, José de Ribera -mediano entre las grandes factorías del sur, España e Italia- y el exquisito Juan Bautista Maino. El Covid-19, nuestra pesadilla y nuestro desafío como país, obligó a una reducción del espacio expositivo y a la limitación del número de visitantes, nos da también la oportunidad única de asomarnos al pasado y contemplar, entre las excepciones de la implacable decadencia, una sensibilidad pionera en el edificio que Juan de Villanueva proyectó para museo de ciencias naturales.

En este trimestre y con listas previas, unos privilegiados verán en un recorrido cómodo y funcional el inventario de obras maestras y de genios que, en épocas distintas, trataron los mitos (los Saturnos de Rubens y de Goya) y las realidades, con las actitudes éticas y estéticas de quienes las interpretan, Caravaggio, Rembrandt y Latour, por ejemplo; los ejercicios de profesionalidad y libertad individual que tocan a los más grandes, al aposentador Velázquez (y sus retratos a los monarcas abúlicos y validos golfos e inútiles) y el gran Tiziano, capaz de firmar la gloria ecuestre de Carlos V en la victoria de Mühlberg y, con la misma calidad, su impar Danae.